Por: Ricardo Puerta
Hace un poco más de 40 años tuve el privilegio de ver en Tegucigalpa la presentación de la obra teatral “Sebastián sale de compras”, producida por Rafael Murillo Selva — el más grande dramaturgo que ha tenido Honduras a lo largo de su historia– adaptación a la hondureña de un texto del autor francés Jean Batiste Moliere. El título de la obra de Moliere, traducido al español, sería “El burgués gentilhombre”. La presencié en la salita del Teatro Experimental Universitario/TEUM de “La Merced”, en Tegucigalpa, allá por el año de 1973.
“Sebastián sale de compras” es un ataque a la economía de consumo, que en esos años ya comenzaba a mostrar sus primeras manifestaciones en estos matorrales nuestros, con efectos en la idiosincrasia y vida cotidiana nacionales. Estaba centrada en don Anselmo: un artesano hondureño que hasta que “le llegó la suerte”, se buscaba la vida como un trabajador cualquiera. De la noche a la mañana, por sacarse la lotería, don Anselmo se transforma en Sebastián, un nuevo rico, que cambió drásticamente su habitual vida.
Dejó atrás casi todo que antes lo distinguía. Ahora pretende formar parte del Jet Set internacional. Rechaza la cultura en la que nació y vivió. En sus tiempos libres, aprende yoga. Hace aeróbicos. Contrata un profesor de música y otro de oratoria para refinarse. Tiene sastre propio que lo viste a la moda del jet set global. Para “su cuidado personal”, lo atienden ahora varios criados y criadas, éstas últimas prestos siempre a aguantarle “sus majaderías”, y ambos, a complacerlo con prontitud y sumisión.
La esposa de Don Anselmo, Fefa, le ha dado una hija, que ya está en edad “de casarse”, pero que no con “un indio cualquiera”, sino que con un míster o mejor con un Monsieur. Don Anselmo se está preparando también “para lanzarse a la política”, siguiendo los pasos de otros muchos “superados” porque quiere llegar a ser presidente de estas honduras.
El viaje de don Anselmo en el Jet de SAHSA a Miami, en principio, tiene como objetivo «irse de compras», costumbre hoy muy arraigada en los miembros de la clase alta; y desde principios de los 70´s, práctica incipiente en la nueva clase media hondureña, donde también han entrado militares “igualados”, los más visibles ubicados en los extremos superiores de ambos estratos sociales.
El proyectado viaje le permitirá a don Anselmo y Fefa, su esposa, “estrenar” el avión «de propulsión a chorro», en la ruta Tegus-Miami, abierta hace poco tiempo por TAN/SAHSA. Hasta principios de los 70´s, volar un avión “de a chorro” era en Honduras una experiencia casi exclusiva de pilotos profesionales, en su mayoría graduados de academias militares de aviación.
Oswaldo López Arellano, militar, piloto graduado, era el principal dueño de TAN/Transportes Aéreos Nacionales y SAHSA/Servicio Aéreos de Honduras S.A., las dos líneas aéreas de Honduras, que en 1991 terminaron sus operaciones en ruinas.Retirado con el rango de General, y convertido a político, en la última etapa de su vida, pasó a ser un exitoso empresario y banquero hondureño. Fue Jefe de Estado de Honduras (1963-1965), tras el golpe de Estado de octubre de 1963, y Presidente Constitucional, nombrado por el Congreso de la República (1965-1971). “Como civil” los negocios de López Arellano estuvieron casi siempre muy cercanos a las prebendas y “rebases” del poder.
La obra del dramaturgo Murillo Selva sobre don Anselmo, retrata muy bien el ambiente socio-político y cultural de esos años. Un entorno cargado políticamente por el control militar directo del poder, y si “circunstancias lo exigían”, también el control indirecto del gobierno, encabezado parcial y temporalmente por civiles. En ese tiempo, Honduras empezaba a cargarse culturalmente por las extravagancias consumistas que ya se hacían ostensibles en “los nuevos ricos hondureños”, con ingresos de champan y gustos cerveceros.
En ese tiempo percibí la obra adaptada por Murillo como una comedia, que tocaba el tema migratorio desde una perspectiva inusual. Se internaba en esa trama desde una óptica muy distinta a como yo la había estudiado y sentido hasta el momento.
La migración es un tema que siempre me ha llegado. Personalmente, creo que lo llevo en mi sangre, quizás hasta en mi ADN. Por tres generaciones seguidas, en mi familia hay migrantes y soy uno de ellos. Tocándonos vivir en un país distinto al nacido. La adaptación que hizo Murillo del tema me hizo percibir la migración dentro de un nuevo sentimiento, como una farsa que me provocó más risa que pena o tragedia.
Don Anselmo y su doña Fefa, ambos de origen humilde, expresan el tema migratorio con ilusiones, expectativas, sueños y fantasías, sentimientos enajenantes que contrastan con el diario, rutinario y pobre vivir que antes tenían. Ahondando aún más la brecha que separa esos dos mundos, uno real y pasado, y el otro “soñado” pero que todavía no llega, ambos separados por el hito “de la lotería que se sacaron”.
Mientras veía la presentación de la obra, sus mensajes, contrastes, ridiculeces y realidades, llegaron a mi psique ésos y otros muchos detalles, por los conductos del arte, del disfrute en la recreación, a través de ideas y sentimientos, que hasta ese momento yo no había experimentado en el tema migratorio, habitualmente abordado por mí desde la “perspectiva científica”.
Con frecuencia, nosotros, los “científicos sociales”, nos preocupamos casi totalmente por encontrar en los fenómenos de la vida las lógicas que “ordenan” el hecho positivo, objetivo e indiscutible. Ello hace que con frecuencia perdamos el significado humano de lo irracional, del imprevisto, de lo simbólico y abstracto, de la farsa, a menudo con tantas o mayores riquezas humanas que su opuesto aparentemente más vital. Y ello durante la presentación me provocó risas histriónicas “que me salían del alma”.
Después de la obra, los artistas se unieron a la audiencia, aprovechando la cohesión que nos ofrecía la salita del TEUM. Por el encuentro, tuvimos la dicha de dialogar cara a cara sobre lo realizado con Murillo y con su equipo. En el dilogo que duró más o menos una media hora, por comentarios del mismo Murillo, me di cuenta que mis escandalosas risotadas le habían servido de “termómetro” al renombrado dramaturgo hondureño, quien reconoció haberlas aprovechado para ir monitoreando la presentación en la audiencia. Eso me dejó un sentimiento de utilidad, que nunca había pensado obtener como parte del público o audiencia de una obra de teatro.
Ricardo Puerta