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Romero, asesinado por “odio a la fe”

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Tegucigalpa.-  Centroamérica está de fiesta, la comunidad católica también con la beatificación este sábado en San Salvador, El Salvador, de monseñor Óscar Arnulfo Romero, un mártir de la iglesia, que fue asesinado hace más de tres décadas por “odio a la fe”, calificó el Vaticano.
 

Romero, hijo de Santos Romero, un humilde telegrafista, y Guadalupe Galdámez, de oficios domésticos, nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, en el departamento de San Miguel.
 
A los trece años sintió su vocación sacerdotal y se internó para sus estudios en el seminario menor en San Miguel para mudarse posteriormente a Roma, en 1937, donde continuó sus estudios. Regresó a El Salvador en 1943 a la parroquia de Anamorós, en su natal San Miguel.
 
Romero fue un sacerdote carismático que hoy se mantiene en la cultura popular salvadoreña y en las artes, tanto en su país como en el resto de América Latina.
 
En 1966 la iglesia lo nombra como Secretario de la Conferencia de Obispos de El Salvador, cargo en el que fungió por once años. Desde ahí y desde su trabajo en los medios de comunicación de la iglesia difundió sus mensajes de cristiandad ganándose la simpatía, la popularidad y el reconocimiento de su pueblo.
 
La voz de los sin voz
 
Monseñor-Romero-beatificadoEn 1970, monseñor Romero es nombrado Obispo y siete años después el Vaticano le unge como Arzobispo de San Salvador. Monseñor Romero siempre fue un líder religioso comprometido con su pueblo, pero fue la tortura, persecución y violaciones humanitarias sufridas por la feligresía y sus sacerdotes lo que lo lleva a abrazar la lucha por la defensa de los derechos humanos.
 
Pero fue la muerte del sacerdote jesuita Rutilio Grande en 1977, su amigo personal y compañero en la evangelización de la palabra, una de las causas que llevó a Romero a abrazar la opción por los pobres y comenzar un trabajo de denuncia y cuestionamientos en contra de la represión militar salvadoreña.
 
Monseñor Romero pidió al entonces gobierno militar del coronel Arturo Armando Molina, una investigación por el crimen del padre Rutilio, así como de otros sacerdotes y laicos.
 
Ante el silencio gubernamental, monseñor Romero opta por no acudir a ninguna reunión con el gobierno hasta que no se aclararan los crímenes de sacerdotes, laicos y feligreses, al grado de excomulgar de la iglesia a los culpables.
 
Su lucha fue incesante y su popularidad iba creciendo, la gente lo adoraba y sus homilías eran sumamente concurridas, en donde condenaba reiteradamente los violentos atropellos a la Iglesia y a la sociedad salvadoreña.
 
Sus posiciones de denuncia le valieron la animadversión de los sectores más conservadores de El Salvador y de la iglesia, hubo incluso hasta llamados de atención de sectores ligados al Vaticano, pero él fue apoyado por el Papa Pablo VI y muchos cardenales.
 
Reconocimientos y enseñanzas
 
Mientras sus detractores lo acusaban de “comunista” y de “dividir” a la iglesia, el mundo seguía con atención sus pasos y fue objeto de varios reconocimientos académicos y políticos, al grado de ser considerado un candidato al premio Nobel de la Paz.
 
Algunos de esos reconocimientos fueron el de la Universidad de Georgetown en Estados Unidos, la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica, así como en el Parlamento británico, entre otros.
 
Monseñor Romero, en sus años al frente del arzobispado en San Salvador, le tocó vivir una de las etapas más duras de la guerra civil que estaba en pleno apogeo en el llamado “pulgarcito” de América.
 
En sus mensajes a los feligreses, Romero gustaba citar su Papa favorito, el Papa Pío XI, quien decía: “La misión de la Iglesia no es desde luego política, pero cuando la política toca el altar, la Iglesia defiende el altar”. La defensa de los pobres fue su criterio para juzgar la política.
 
Sin dejar nunca el evangelio y sin dejar de visitar las parroquias de El Salvador y mantener un contacto permanente con los pobres, monseñor Romero presentía su muerte, según sus allegados, y el 23 de marzo de 1980, justo el Domingo de Ramos, pronuncia una de las homilías más valientes durante su peregrinaje religioso y de evangelización.
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«Homilía de fuego»
 
En esa homilía, titulada La Iglesia, un servicio de liberación personal, comunitaria, trascendente, que más tarde se conoció “Homilía de Fuego” hizo un llamado al Ejército y a la Policía  que en su mensaje toral decía lo siguiente:
 
Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles…Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos.
 
Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: “No matar”. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación.
 
Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión.
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El lunes 24 de marzo, a las seis y media de la tarde, un día después de la homilía del Domingo de Ramos, monseñor Romero fue asesinado por un sicario militar, mientras oficiaba misa en la capilla del Hospital de La Divina Providencia, en la colonia Miramonte de San Salvador.
 
Un certero disparo directo al corazón culminó con su vida, justo cuando se aprestaba a otorgar la ostia. El sicario fue identificado 31 años después, era el subsargento Marino Samayor Acosta, a quien le pagaron 214 dólares para asesinar a monseñor Óscar Arnulfo Romero.
 
Samayor estaba asignado a la sección II de la extinta Guardia Nacional y era miembro de la seguridad del ex presidente de la República de ese entonces, el coronel Arturo Amando Molina, quien junto al mayor Roberto d´Aubuisson, fueron quienes ordenaron su muerte, según su confesión y posteriores investigaciones.
 
Monseñor Romero fue sepultado en la cripta de la Catedral Metropolitana de San Salvador, justo debajo del altar mayor del templo y dentro de un mausoleo que ostenta su nombre.
 
Con su muerte se agudiza la represión y también se intensifica las acciones por lograr su beatificación en Roma, en donde encontró muchas resistencias por parte de los sectores de ultraderecha salvadoreños como de los grupos más conservadores del catolicismo entronizados en el Vaticano.

Inicia proceso de beatificación

En marzo de 1990 inicia la causa de la canonización de monseñor Romero, el 12 de mayo de 1994 se presenta formalmente la solicitud para su canonización y el 4 de julio de 1997, la Santa Sede aceptó la causa como válida.
 
Se siguió todo un proceso a lo interno de la iglesia y en 2005, el postulador de la causa de beatificación, monseñor Vicenzo Paglia, informó a los medios de comunicación de las conclusiones del estudio: Romero no era un obispo revolucionario, sino un hombre de la Iglesia, del Evangelio y de los pobres.
 
El 20 de diciembre de 2012, el papa Benedicto XVI, desbloquea el proceso de canonización de monseñor Romero, que había sido bloqueado por razones ideológicas en el Vaticano. El papa Benedicto XVI, antes de renunciar al papado, hizo posible el desbloqueo.
 
El 3 de febrero de 2015, el papa Francisco autorizó la promulgación del decreto de la Congregación para las Causas de los Santos que declaró a Óscar Romero mártir de la Iglesia, asesinado por “odio a la fe”.
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La ceremonia de beatificación se llevará a cabo en la Plaza Salvador del Mundo en San Salvador, este sábado 23 de mayo. A los actos asistirán varios presidentes, cardenales, sacerdotes y feligreses de Centroamérica y América Latina. Se estima que habrá un poco más de 350 mil personas.
 
Las autoridades salvadoreñas han anunciado fuertes cordones de seguridad y a los turistas que llegan con motivo de la beatificación, les han condonado el pago de impuestos en el aeropuerto, en tanto el parlamento decretó feriado para los habitantes de San Salvador y municipios aledaños para que acompañen los actos de “San Romero”, como le llama y dice cariñosamente el pueblo.
 

La beatificación de monseñor Óscar Arnulfo Romero es una fiesta no solo de fe para los católicos de Centroamérica, América Latina y el mundo, es también el reconocimiento que la iglesia hace a uno de sus hijos que se dedicó a pregonar el evangelio y ser la voz de los sin voz, hecho que le valió un asesinato cometido por “odio a la fe”, como bien lo catalogó el Vaticano.

 

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