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Otra vez ganó la micro

Por: Julio Raudales
El pasado lunes 12 de octubre, la Real Academia de Ciencias de Suecia a través de su Comité para el Nobel de Ciencias Económicas, anunció que el premio para el 2015 le ha sido concedido al Profesor Angus Deaton, un veterano escocés, especialista en microeconomía de la Universidad de Princeton en USA.

Los académicos suecos destacan que “antes de formular políticas económicas que promuevan el bienestar y la reducción de la pobreza, es fundamental considerar de forma profunda las opciones de consumo individuales” y que el prestigioso premio es entregado en esta ocasión, “como reconocimiento a sus aportes a la comprensión de la pobreza, el consumo y el bienestar”
Resulta esperanzador que la ciencia de la escasez, como le llaman a la economía, esté concentrada ahora más que nunca en cuestiones tan elevadas como el bienestar, la felicidad y la realización plena de los seres humanos. Cuando era un estudiante en los 80, profesores y libros se enfocaban en la modelación de la producción, el dinero, los aspectos macro-fiscales y otros temas un tanto más banales aunque no por ello menos importantes. Sin embargo, debemos reconocer que durante muchos años, los economistas olvidaron que las ciencias sociales, de las cuales la nuestra es la reina, deben concentrar su afán en el ser humano.
Los hallazgos del profesor Deaton se centran en la importancia que tiene para la gente, la forma en que distribuyen sus ingresos para satisfacer sus necesidades. En ese sentido, el ahora Nobel ha contribuido a perfeccionar los modelos de consumo individual y agregado que son tan importantes para determinar el bienestar. El primero que profundizó en este tipo de asuntos fue Jan Timbergen en los años 20 del siglo pasado. Su trabajo fue utilizado por Keynes para proyectar la forma en que aumenta o disminuye el consumo de la gente ante cambios en sus ingresos, pero todo esto lo hizo el padre de la macroeconomía, con miras a justificar los incrementos en el gasto público y la reducción de impuestos necesarias para estimular la demanda agregada y por tanto el crecimiento económico.
Fue el economista norteamericano Milton Friedman de la Universidad de Chicago, quien integró una visión más particular a los determinantes del consumo humano. ¿Qué hace que yo ahorre o consuma?, ¿Cual es el papel de las decisiones de las personas en su entorno familiar?, ¿Deseo dejar herencia a mis hijos o prefiero gastarme todo mientras viva? A estas preguntas respondió el Profesor Friedman para luego, en base a las expectativas que la gente tiene, poder definir cuál es el comportamiento de la sociedad como conjunto de seres que toman decisiones y con ellas afectan al conglomerado. En ese sentido, Friedman y Aldo Modigliani del MIT, quien trabajó el tema desde el punto de vista del Ciclo de Vida y el ahorro previsional, enfocaron sus estudios desde una perspectiva microeconómica, a diferencia de sus oponentes keynesianos.
Pues nuestro Nobel 2015 pertenece a esta estirpe de economistas que ven en la realización de los individuos y las familias una manera más objetiva y clara de lograr el desarrollo. Yo suscribo esta tesis, ya que por más que los apologistas del colectivismo ataquen al liberalismo, aun no se puede derribar el argumento a favor de que la maximización del bienestar individual potencia a su vez el bien común.
En Honduras hicimos desde la Secretaría de la Presidencia en el 2005, un ejercicio de determinación del consumo agregado para apoyar con sus determinantes la lucha contra la pobreza. Fue un trabajo bien llevado a cabo por el Instituto Nacional de Estadística, dirigido en ese tiempo con acierto por Magdalena García. Sin embargo en 2006, con el cambio de gobierno, todo este esfuerzo quedó en el papel y la información valiosa con la que contábamos en aquellos días fue condenada al olvido a cambio de empujar una política social espuria aplicada con motivos clientelares y basada en el fomento a la mendicidad, más que a la búsqueda de la realización ciudadana a través del empleo y la educación. Desafortunadamente, ese tipo de visión aun persiste entre nuestros tomadores de decisiones.

Ojalá que las autoridades aprovechen esta vez la euforia de este Premio Nobel y le otorguemos a la lucha contra la pobreza un rol primigenio. ¡Pero hay que ser coherentes! Si estamos invirtiendo recursos públicos en medir la pobreza, sigamos el consejo de la Academia Sueca, diseñemos y sobre todo apliquemos políticas sociales considerando los resultados de nuestro estudio y dejemos de andar repartiendo plata de forma populista.

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