Nairobi – La alta comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Navi Pillay, denunció hoy que el odio entre las comunidades musulmana y cristiana se mantiene en un nivel «terrorífico» en la República Centroafricana.
«República Centroafricana se ha convertido en un país donde la gente no solo es asesinada, sino torturada, mutilada, quemada y descuartizada», alertó Pillay en su visita a Bangui.
La comunidad internacional, a la luz de las atrocidades que se cometen diariamente en el país, «parece haber olvidado las lecciones aprendidas en Bosnia-Herzegovina, Ruanda, Kosovo y Timor Oriental», lamentó en un comunicado.
«Si República Centroafricana no fuera -agregó- un país pobre en el corazón de África, los terribles actos que se están produciendo habrían estimulado una respuesta del mundo exterior mucho más fuerte y dinámica».
Mientras llega esa intervención, «el odio intercomunal se mantiene a un nivel terrorífico».
Así lo demuestra la naturaleza morbosa de los asesinatos: «Se ha decapitado a niños, y al menos en cuatro casos los asesinos han comido la carne de sus víctimas», relató la representante de la ONU.
Aunque parezca que las matanzas a gran escala de diciembre y enero han remitido, muchas personas «siguen siendo asesinadas a diario» en el país, a manos principalmente de las milicias ‘Anti-Balaka'».
Estos grupos de milicias cristianas, que surgieron como una reacción a los abusos cometidos por los rebeldes de Séléka cuando llegaron al poder, en marzo de 2013, se están convirtiendo en grupos criminales no solo «a la caza de musulmanes», sino también de personas de otras confesiones.
Unos 15.000 musulmanes se encuentran atrapados en Bangui y otras áreas del norte, noreste y sur del país, protegidos por las fuerzas internacionales aunque en una situación peligrosa e insostenible.
Junto a los asesinatos, las violaciones y la violencia sexual continúan aumentando, sobre todo en los campos de desplazados internos.
La misión de la Unión Africana, las tropas francesas y las agencias humanitarias se enfrentan al «terrible dilema» de «elegir entre ayudar -sin querer- a la limpieza de las poblaciones musulmanas atrapadas o abandonarlas -contra su voluntad- en lugares donde están en peligro de ser asesinadas en masa», expuso.
La alta comisionada criticó que la ayuda humanitaria destinada a República Centroafricana está «deplorablemente infrafinanciada», ya que cubre solo el 20 por ciento de las necesidades del país.
Además, pidió a los Estados que atiendan la llamada del secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, para integrar una fuerza internacional de paz de 10.000 soldados y 2.000 policías.
«¿Cuántos más niños serán decapitados, cuántas mujeres y niñas serán violadas, cuántos más actos de canibalismo debe haber antes de que nos sentemos y prestemos atención?», se preguntó.
En medio de la catástrofe, Pillay atisba una «oportunidad de oro» para la paz: el Gobierno de la transición debe fijar las bases del nuevo Estado y actuar para que las políticas corruptas no vuelvan a aparecer.
«No depende enteramente de la comunidad internacional cubrir las lagunas porque, si lo hace, nunca habrá una recuperación completa», alertó.
Hace casi un año, Bangui fue tomada por la entonces coalición rebelde Séléka, que asumió el poder en el país tras la huida del derrocado presidente François Bozizé.
Estos rebeldes son de confesión musulmana, frente a una población mayoritariamente católica, por lo que el conflicto ha adquirido tintes sectarios y religiosos al enfrentarse los grupos Séléka con las milicias cristianas «Anti-Balaka».
Desde diciembre de 2013 la violencia ha forzado la huida de casi un millón de personas, de las cuales más de 650.000 son desplazados internos y cerca de 300.000 se refugian en países vecinos, especialmente en Chad y Camerún.
La comunidad internacional, a la luz de las atrocidades que se cometen diariamente en el país, «parece haber olvidado las lecciones aprendidas en Bosnia-Herzegovina, Ruanda, Kosovo y Timor Oriental», lamentó en un comunicado.
«Si República Centroafricana no fuera -agregó- un país pobre en el corazón de África, los terribles actos que se están produciendo habrían estimulado una respuesta del mundo exterior mucho más fuerte y dinámica».
Mientras llega esa intervención, «el odio intercomunal se mantiene a un nivel terrorífico».
Así lo demuestra la naturaleza morbosa de los asesinatos: «Se ha decapitado a niños, y al menos en cuatro casos los asesinos han comido la carne de sus víctimas», relató la representante de la ONU.
Aunque parezca que las matanzas a gran escala de diciembre y enero han remitido, muchas personas «siguen siendo asesinadas a diario» en el país, a manos principalmente de las milicias ‘Anti-Balaka'».
Estos grupos de milicias cristianas, que surgieron como una reacción a los abusos cometidos por los rebeldes de Séléka cuando llegaron al poder, en marzo de 2013, se están convirtiendo en grupos criminales no solo «a la caza de musulmanes», sino también de personas de otras confesiones.
Unos 15.000 musulmanes se encuentran atrapados en Bangui y otras áreas del norte, noreste y sur del país, protegidos por las fuerzas internacionales aunque en una situación peligrosa e insostenible.
Junto a los asesinatos, las violaciones y la violencia sexual continúan aumentando, sobre todo en los campos de desplazados internos.
La misión de la Unión Africana, las tropas francesas y las agencias humanitarias se enfrentan al «terrible dilema» de «elegir entre ayudar -sin querer- a la limpieza de las poblaciones musulmanas atrapadas o abandonarlas -contra su voluntad- en lugares donde están en peligro de ser asesinadas en masa», expuso.
La alta comisionada criticó que la ayuda humanitaria destinada a República Centroafricana está «deplorablemente infrafinanciada», ya que cubre solo el 20 por ciento de las necesidades del país.
Además, pidió a los Estados que atiendan la llamada del secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, para integrar una fuerza internacional de paz de 10.000 soldados y 2.000 policías.
«¿Cuántos más niños serán decapitados, cuántas mujeres y niñas serán violadas, cuántos más actos de canibalismo debe haber antes de que nos sentemos y prestemos atención?», se preguntó.
En medio de la catástrofe, Pillay atisba una «oportunidad de oro» para la paz: el Gobierno de la transición debe fijar las bases del nuevo Estado y actuar para que las políticas corruptas no vuelvan a aparecer.
«No depende enteramente de la comunidad internacional cubrir las lagunas porque, si lo hace, nunca habrá una recuperación completa», alertó.
Hace casi un año, Bangui fue tomada por la entonces coalición rebelde Séléka, que asumió el poder en el país tras la huida del derrocado presidente François Bozizé.
Estos rebeldes son de confesión musulmana, frente a una población mayoritariamente católica, por lo que el conflicto ha adquirido tintes sectarios y religiosos al enfrentarse los grupos Séléka con las milicias cristianas «Anti-Balaka».
Desde diciembre de 2013 la violencia ha forzado la huida de casi un millón de personas, de las cuales más de 650.000 son desplazados internos y cerca de 300.000 se refugian en países vecinos, especialmente en Chad y Camerún.