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Mi entrevista con Margaret Thatcher, Primera Ministra británica

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Miami, (EEUU) – Margaret Thatcher tenía el apodo de “La Dama de Hierro” y sí que merecía ese calificativo, que aparentemente le gustaba.

Lo comprobé cuando fui a entrevistarla, con un grupo de corresponsales españoles, con motivo de un viaje oficial que haría a España el 21 de septiembre de 1988.

Yo era entonces director de la Agencia Española de Noticias EFE en Londres y acababa de llegar de Washington, donde había ejercido cargo similar en la capital norteamericana.

En Washington había entrevistado en la Oficina Oval de la Casa Blanca tres años antes al presidente Ronald Reagan y ahora lo hacía con su amiga y alma gemela, Margaret Thatcher, un privilegio para cualquier periodista.

Tacher2La entrevista se realizó en el 11 de Downing Street, la residencia del Secretario del Tesoro y no en el famoso 10 de Downing Street donde residía la Primera Ministra.

Cuando se está cerca de ella, impone su semblante serio y enérgico. Y cuando habla, lo hace con esa voz firme y rotunda, la misma que utiliza para apalear sin misericordia a la oposición laborista cada miércoles, en el ya famoso “Question Time” de la Cámara de los Comunes en el Parlamento británico.

Los temas de las preguntas nuestras eran las ya previstas para esos momentos:  las reticencias británicas sobre la marcha de la integración europea, el espinoso tema de las reivindicaciones españolas sobre Gibraltar, el ingreso de España en la OTAN y la oposición británica a su ingreso a la Unión Europea Occidental (UEU), una organización de defensa y seguridad.

Cuando responde al periodista que le pregunta, esta lo hace mirándole a los ojos y con una seguridad aplastante. Era un deleite viéndola actuar y hablar.

Tacher3Quien diría entonces que dos años después, el 22 de noviembre de 1990, me iba a abalanzar sobre un teletipo en la oficina de EFE en Londres, en Cavendish Square, cerca de Oxford Circus, para dar el “flash” de la renuncia de Thatcher.

Esa inesperada renuncia se produjo once años después de ostentar el cargo de Primera Ministra y haber sido la primera mujer en el 10 de Downing Street.

Thatcher renunciaba tras una rebelión interna en su propio partido, el Conservador, y fue reemplazada por su ministro John Major.

A pesar de sus logros económicos y de haber frenado la inflación, Thatcher dejaba un país dividido y un legado controversial.

Tal vez uno de los más controvertibles fue su decisión de hundir, durante la guerra de las Malvinas de 1982, el crucero argentino “General Belgrano”, cuando este estaba navegando fuera de la zona de exclusión de las 200 millas del archipiélago.

Murieron entonces en el hundimiento 323 tripulantes, más de la mitad de los argentinos que murieron en el conflicto que apenas duró 74 días. Y fueron rescatados con vida 793, de los que eventualmente murieron 23.

Tacher4Thatcher fue acusada de cometer un crimen de guerra innecesario por estar el buque argentino 30 millas fuera de la zona de exclusión alrededor de las Malvinas, aunque ya existía un estado de guerra con el Reino Unido.

La decisión de hundir el buque fue discutida y aprobada por Thatcher en una reunión de urgencia con su gabinete en su residencia de Checkers, en las afueras de Londres.

Según varios historiadores, Thatcher buscaba – y lo consiguió- un golpe de efecto contra los argentinos, que finalmente, tras el desembarco británico en las islas, se rindieron el 14 de junio.

Esta derrota precipitó, en Buenos Aires, la caída de la junta militar argentina.

Tras dejar su puesto de Primera Ministra, aceptó el título de Baronesa Thatcher en la Cámara de los Lores, pero su vida se fue apagando poco a poco.

Murió el 8 de abril de 2013 por un infarto cerebral, pero ya padecía antes de demencia senil.

En la ceremonia de su funeral en la catedral de San Pablo, asistió la reina Isabel II, entonces de 86 años, que nunca había acudido a los funerales de los 10 primeros ministros que ha tenido en sus 61 años en el trono, salvo cuando murió Winston Churchill en 1965.

 A pesar que había dejado escrito que no quería un funeral de estado, tuvo uno muy parecido al de la Princesa Diana de Gales y siguiendo sus deseos, fue incinerada y sus cenizas reposan junto a las de su esposo, Dennis Thatcher, en el Royal Hospital of Chelsea, de Londres.

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