Ciudad de México – México llega este martes con pesar a 25 años sin la novelista Elena Garro, escritora contundente que, como uno de sus personajes más entrañables, fue una especie de mariposa alrededor del fuego.
Aunque las voces misóginas se refirieron a ella como la mujer del nobel Octavio Paz, la mexicana nacida en 1916 fue por derecho propio una de las plumas más finas del idioma español en el siglo XX, novelista, cuentista y dramaturga de una prosa poética que los críticos señalan como antecedente del realismo mágico.
Cuatro años antes de que el colombiano Gabriel García Márquez estremeciera los cimientos de la literatura con «Cien años de soledad», en 1963 Garro publicó «Los recuerdos del porvenir», una obra en la que desde su título promete, y cumple, historias de mágicas con un magistral manejo del tiempo.
«Fue precursora de obras como las de García Márquez, que, sin dudas, aprendió bastante de las páginas de Elena Garro», aseguró en una conferencia en 2019 el escritor Juan Villoro, una de las voces más lúcidas del continente.
Si bien «Los recuerdos del porvenir», una pieza que tiene puntos de contacto con el icónico «Pedro Páramo», de Juan Rulfo, hubiera bastado para consagrar a Garro como una autora de culto, la mujer originaria de Puebla se dio el lujo de confirmar la belleza de su prosa con sustanciosas obras de teatro y con más de 30 cuentos, encabezados por los del volumen «La semana de colores» (1964).
¡Ah, la que fue mujer de Octavio Paz!
En una región machista, que aún no asimila que su primera Premio Nobel de literatura haya sido una mujer, la chilena Gabriela Mistral en 1945, Elena vivió a la sombra de su esposo, el poeta y ensayista Octavio Paz, al que golpeó con sus palabras, luego de un doloroso rompimiento.
«‘¡Ah, la que fue mujer de Octavio Paz!’ es una frase que parece formar parte de su identidad», reclamó la ganadora del Premio Cervantes Elena Poniatowska en su libro «Las siete cabritas», una joya dedicada a mujeres mexicanas con afán de volar.
Según los biógrafos de Garro, de niña trepaba árboles en el estado de Guerrero y de joven soñaba con ser bailarina. Tal vez no sea un exceso afirmar que de adulta fue una mariposa que giraba cerca del fuego, como Lucía Mitre, el personaje del cuento «¿Qué hora es…?», en el que la escritora da una clase de cómo jugar con el tiempo.
Esa obra forma parte de «La semana de colores», en la que sobresale un cuento clásico de la literatura en español: «La culpa es de los tlaxcaltecas». Laura Aldama vive en dos realidades simultáneas, viaja a través del tiempo y comparte con dos maridos a la vez en una pieza con un aire de eternidad.
Cuestionada por apoyar al Partido Revolucionario Institucional (PRI), que pasó siete décadas en el poder en México; humillada por declaraciones incendiarias relacionadas con la matanza de Tlatelolco en México en 1968, Elena vivió atormentada. Emigró y a veces sus manuscritos durmieron en cajones por años antes de salir a la luz.
La Tólstoi de México
Son palabras mayores, pero las dijo uno de los más grandes autores de la lengua en el siglo XX: Jorge Luis Borges. El cuentista la calificó como la Leon Tólstoi de México, en referencia al gran novelista ruso, y no contento con eso la incluyó en la Antología de la literatura fantástica que creó con Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares.
Elena, también poeta, negaba pertenecer al realismo mágico, siempre fue a su propio aire, mientras sus pulmones se rompían dañados por el humo del cigarro que le provocó un cáncer mortal.
En 1957 se apareció con el volumen «Un hogar sólido y seis piezas en un acto», un volumen de obras de teatro que dio a conocer a una autora portentosa.
«Difícilmente en la literatura en español haya un autor con tres obras maestras en tres géneros en seis años», dijo Villoro en el 2019, en referencia a la tripleta completada con «Los recuerdos del porvenir» y «La semana de colores».
Sí, fue esposa de Octavio Paz, madre de su hija, pero Elena Garro fue mucho más, un astro en forma de mujer. A pesar de sus claroscuros, de los ajustes de cuenta a su ex, de haber aleteado cerca del fuego y haber ardido, dejó una obra monumental que este día sólo puede recibir un homenaje: ser leída. EFE