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Madera de la buena

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Por: Miguel A. Cálix Martínez

Cuenta mi madre que, teniendo yo casi diez meses de nacido, se metió conmigo bajo una cama en la casa del abuelo siguiendo las previsiones que se hacían por la radio en caso de caer una bomba desde el cielo.

Transcurría la guerra de las 100 horas en julio de 1969 y cada uno hacía lo que le correspondía hacer en medio de la crisis. Mi padre -quien laboraba en el Banco Central después de una importante carrera radial- se puso a las órdenes de las autoridades y aportó su privilegiada voz para las transmisiones oficiales, sumándose a las cabinas de las principales emisoras de la época. Años después, el doctor Ramón Custodio López -uno de mis mentores- me confió cómo en esos días él se trasladó al frente de batalla junto con otros colegas, para identificar y tipear la sangre de nuestros heroicos soldados. Con los recursos disponibles (chapas de refresco aplanadas, cáñamo y esmalte de uñas) colgaron del cuello de cada combatiente, la información sanguínea básica por si resultaran heridos en campaña. Don Manuel Cueva, mi suegro, me contó con lujo de detalles cómo esos días se hicieron cargo de la defensa de la localidad de Copán Ruinas, él, sus hermanos y parientes más cercanos, armados con rifles y escopetas de casa, mientras otros ponían pies en polvorosa.  

Todas las historias anteriores, escuchadas de la boca de sus protagonistas, se sumaron a las aprendidas de textos y docentes en las aulas del colegio y universitarias, coincidiendo todas en algo esencial: la sociedad hondureña se volcó y unió, por encima de sus profundas diferencias e incomodidades con el gobierno de turno, para hacer frente común a la amenaza bélica que venía por la frontera sur y occidental. El recuento de lo sucedido dejó en evidencia los verdaderos liderazgos civiles y militares, nacionales y locales, así como la noble respuesta ciudadana, a la vez que desenmascaró ineptitudes, corruptela y bajeza en muchos pobladores. Sin que se pudiera anticipar así, la respuesta de los diferentes sectores que conformaban la sociedad hondureña de entonces dio vida a los procesos políticos y sociales que marcaron las décadas siguientes, sembrando semillas de cambio en la tradicional sociedad hondureña. 

Hoy, cincuenta años después, enfrentados a un “enemigo” invisible y paradójicamente colosal comparado con aquel que sacó lo mejor de nosotros en 1969, los distintos sectores de la sociedad hondureña se ven conminados a mostrar sus habilidades, probidad y altura, así como la capacidad de trabajar juntos -por encima de sus desacuerdos y desconfianza- para plantar cara a un desafío que ha puesto de rodillas a países más ricos, desarrollados y que se suponían mejor preparados que el nuestro para una contingencia de tales proporciones. Las redes sociales y medios de comunicación masiva nos han mostrado estas últimas semanas los discursos y acciones de los liderazgos nacionales alrededor del globo ante una prueba solo comparable a las grandes guerras del pasado. La potente palabra de Winston Churchill en la segunda guerra mundial en los días más oscuros del Reino Unido, se replica hoy en la segura voz de la canciller alemana Angela Merkel, capaz de comunicar, sensibilizar, inspirar, guiar y unir a pares e impares para realizar acciones comunes que pueden prevenir daños mayores y salvar vidas de la nación germana. La comunidad científica internacional comparte sin mezquindad conocimientos útiles para enfrentar la pandemia del COVID-19, los comunicadores y periodistas difunden información valiosa y contrarrestan bulos (fake news), mientras valientes servidores públicos de la salud y servicios de emergencia en todos los países se mantienen en la primera línea, extenuados, con pocos o insuficientes medios, arriesgando sus vidas para prevenir y salvar la de otras personas.

Nuestro país ha demostrado su profunda resiliencia en el pasado. En estos momentos, más que superar una situación traumática o adaptarse positivamente a una adversa (ya habrá tiempo para ello) se requiere atender con buen ánimo las instrucciones que pueden preservar nuestra vida y la de otros (#QuedateEnCasa); comunicar y difundir información útil por cuanto canal sea necesario para que esta llegue a todos, sin importar su condición y opinión; poner a disposición del interés colectivo nuestras capacidades y saberes para guiar, organizar y cuidar a los más vulnerables; sumarse a quienes defienden con celo a la comunidad frente a la amenaza común. Demostrar liderazgo desde nuestros entornos sin demandar a otros nada que no seamos capaces de ofrendar nosotros mismos. Como lo hicieron nuestras madres, padres, líderes sociales y políticos, en las ciudades más grandes, en los pueblos más alejados del país, aquella semana de mediados de julio de 1969 y los meses siguientes. Estoy convencido que no será difícil, porque de esa misma madera estamos hechos y es madera fuerte, preciosa, fecunda y duradera. “Madera de la buena”.

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