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Los sabores del 2017

Por: Thelma Mejía

Tegucigalpa.– Dibujar en Honduras un 2017 con sus colores, olores y sabores no es fácil, pues fue un año en el cual todo lo impredecible se hizo posible.

Las historias de éxito, no serán el centro esta vez de mi escrito, habrá tiempo para ellas, cuando el sabor del desencanto abandone el paladar entre los hondureños. Una vez más nuestra clase política nos ha desencantado en todo: su ambición, su capacidad autodestructiva y su juego con los sentimientos de una Nación.

Las elecciones que recién concluyeron fueron solo el detonante de una crisis que en forma permanente y a pulso construyeron los políticos, coronada por el triste papel del Tribunal Supremo Electoral (TSE), digno de mejor suerte. Releyendo nuevamente el informe investigativo del CNA sobre las irregularidades del TSE en la presunta contratación amañada con empresas de fachada y la caída del sistema de trasmisión de resultados en procesos anteriores, lo del 26-N no fue más que la crónica de una muerte anunciada. La clase política ha venido avalando esas irregularidades de siempre. ¿De qué se lamentan hoy?

La legitimidad del TSE hoy no da certeza de nada. Restaurar la confianza de ese árbitro electoral está cuesta arriba, aunque lo abrigue el polo norte. Tanto los informes preliminares de las misiones de observación de la UE como de la OEA, son claros en cuanto a que ese ente rector amerita de una cirugía mayor donde la transparencia no ha sido su principio rector. Solo es de leer bien esos informes para entender el por qué tanto desencanto. 

La reelección del presidente Juan Orlando Hernández es algo así como ganar-perdiendo. Por eso está obligado a buscar salidas a esta crisis en que nos encontramos al cierre del año, destacando entre esas opciones la convocatoria a un gran diálogo nacional en un país partido por la mitad: entre los que ganaron, según el TSE, y los que también se proclaman ganadores con el voto popular, sin dejar de lado al resto de fuerzas políticas que no apostaron por la reelección, la figura de la discordia.

Tender puentes para ese diálogo no será fácil, pasa por tejer fino para encontrar las hebras adecuadas que permitan a Honduras no llegar a un nuevo proceso electoral con los desencantos presentes y actuales. Eso sería estar más cerca de Haití y más lejos de los países nórdicos en términos de democracia. Y en Honduras, cabemos todos.

El presidente Hernández ha dicho algo cierto: el diálogo deber ser incluyente, participativo y altamente democrático. De ahí que esté obligado a buscar interlocutores válidos y creíbles en su partido, El Nacional. Gente que sume, no que reste. Lo mismo debe hacer el resto de institutos políticos que conforman el sistema político de partidos. Y obviamente, como lo ha anunciado el presidente Hernández, él debe hacerse a un lado para que la convocatoria la lleven otros.

El presidente Hernández, como el ex presidente Manuel Zelaya y el ex presidenciable, Salvador Nasralla, deben comprender cuándo se es parte del problema y cuándo parte de la solución. No me toca juzgar, solo exponer el escenario. Habrá tiempo para ahondar más en los escenarios de un Diálogo Nacional cuando se conozcan las reglas y sus facilitadores, nacionales e internacionales. Lo que sí debe quedar claro es que ese diálogo no debe ser entre los mismos, menos entre amigos. Debe ser democrático y ello obliga a todos los partidos políticos a poner en práctica los valores democráticos, pues esta crisis no es pasajera.

Pero hay otros sabores que sin duda serán trasversales en la búsqueda de salidas y soluciones a esta crisis. Se trata del sabor de la impunidad que aún está arraigado en los casos de corrupción y crímenes emblemáticos sin resolver.

Estados Unidos, ese país que a veces se invoca cuando nos conviene y se rechaza cuando nos cae mal, recientemente aplicó una ley especial contra 33 personajes a quienes ubica en la franja de violadores de derechos humanos y hechos de corrupción. De América Latina, los designados fueron dos. Uno de Guatemala, diputado por cierto, por presumirlo responsable del crimen de un periodista y el otro en Nicaragua por supuestos hechos corruptos desde el puesto de poder que ostenta en el tribunal electoral de ese país. Es una ley similar a esa en la que deciden asignar a alguien como narcotraficante.

¿Será que algún día Washington aplicará esa ley en el caso de Berta Cáceres? Nunca se sabe, pero ese caso sigue siendo un sabor amargo.

Como amargo es que en materia de derechos humanos, los atropellos incrementan porque el principio de presunción de inocencia se pierde como los latidos del corazón al borde de un infarto. Cerramos el 2017 bajo la espada de la figura del terrorismo en materia de libertad de expresión. La Corte Suprema nunca emitió una opinión al respecto de ese polémico artículo vigente que limita garantías constitucionales. ¿Quién llevará al diálogo nacional la propuesta de reivindicar las garantías constitucionales? ¿Y qué decir de las reformas penales o el nuevo código penal en discusión?

Son algunos sabores del 2017 que ameritan respuestas para un mejor paladar. Si el diálogo es inclusivo y participativo, encontrará que todo en seguridad las políticas deben ser de mano inteligente en donde se acorrale al criminal común, pero también al de la delincuencia organizada y de la corrupción de cuello blanco, caiga quien caiga. Hasta aquí por ahora. Que el 2018 nos arroje luces a todos para salvar un País que se nos está escapando entre los dedos de las manos.

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