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La Universidad que queremos…

Por: Leticia Salomón
Una larga reflexión motivada por los acontecimientos que han sacudido a nuestra universidad en los últimos días.

Tegucigalpa.- En enero pasado cumplí treinta y ocho años de haber ingresado a la UNAH como profesora del departamento de ciencias sociales, inicialmente para impartir clases en asignaturas generales, carrera de trabajo social y de arquitectura,

y muchos años después en la carrera de sociología y en el entonces Posgrado Latinoamericano de Trabajo Social (PLATS). Se producía en esa época una efervescencia académica estimulada por prestigiosos profesores internacionales que venían de paso a nuestra universidad huyendo de la violencia político institucional que azotaba a América del Sur cuyos países salían de experimentos reformistas frustrados y se involucraban en regímenes militares sangrientos, obcecados, intolerantes y retrógrados.

Nuestra universidad se beneficiaba del debate fresco, provocador y contagiante de académicos argentinos, chilenos, brasileños y haitianos que iniciaban la migración por persecución ideológica, muy distinta a la migración económica de muchos hondureños que salían y siguen saliendo del país en busca de mejores horizontes… Para ese entonces, a nadie le preocupaba adquirir los más altos grados académicos porque los profesores de entonces, nacionales e internacionales, nos preocupábamos por adquirir los más altos conocimientos sobre lo que ocurría en el continente: ¡Casi nada…! La universidad de ese entonces irradiaba academia y convocaba a profesores y estudiantes a prolongados debates teóricos, metodológicos e ideológicos para desafiar los dogmas, el estatus quo, el autoritarismo y la represión: ahí se ponía a prueba la calidad académica de los profesores ante estudiantes acuciosos, informados y cuestionadores que sabían poner en aprietos con sus conocimientos y su espíritu libre y crítico a los profesores de ese entonces.

En Centroamérica destacaban las universidades de Costa Rica, en particular la Universidad de Costa Rica y la Universidad Nacional de Heredia, seguidas de cerca por la Universidad de Panamá, que ya empezaban a despuntar como las mejores de la región en cuanto a calidad de la enseñanza, condiciones en que se desarrollaba la docencia y la investigación como funciones básicas, su sistema bibliotecario, la cantidad de revistas científicas, sus increíbles condiciones físicas para el estudio, el desarrollo de las artes, el continuo avance de la producción de conocimientos y los numerosos congresos, encuentros, coloquios y foros. No es casual que esas universidades se coloquen hoy a la cabeza de la región con los mejores ranking y la mayor cantidad y calidad de publicaciones científicas, y que nosotros, los de entonces, nos atreviéramos a soñar con tener una universidad como esas…

En cambio, nuestra universidad se perdió en el laberinto contestatario de la represión ideológica de los años ochenta -que arrasó con estudiantes, profesores y autoridades comprometidos con la compleja realidad del país- y también en el impacto neoliberal de los años noventa -que obligó a los profesores universitarios a tener dos o tres trabajos simultáneos- provocando que la universidad perdiera calidad, rigurosidad, compromiso con la academia, visión de futuro, responsabilidad con la formación profesional y humanística… Profesores y estudiantes dejaron que se perdiera lo que ya se había avanzado y las autoridades universitarias se limitaron a administrar las múltiples crisis y a seguir permitiendo la peligrosa intromisión de los partidos políticos en la UNAH, los cuales profundizaron el control del engranaje administrativo universitario con poder para poner rectores, decanos, directores de centros y puestos clave como la tesorería y la oficina de compras desde las cuales se fugaban increíbles cantidades de dinero que con el paso del tiempo dejaron sin pupitres a los estudiantes, sin celosías las aulas universitarias, sin condiciones mínimas los sanitarios, sin opciones de abrir más secciones en las asignaturas más demandadas y sin libros para acceder al conocimiento… Autoridades, sindicalistas, profesores y estudiantes se fueron convirtiendo en cómplices, por acción u omisión, hasta provocar tal deterioro ético, académico, organizativo, estructural y funcional que muchas voces nacionales se alzaron para pedir que la UNAH se cerrara…

Esa fue la universidad hecha pedazos que recogió la Comisión de Transición hace once años y la misma que recibió la actual rectora hace siete años asumiendo la tarea de rescatarla, reorganizarla y reconstruirla para catapultarla al siglo XXI en un contexto de profesores y estudiantes del siglo XX y sindicalistas del siglo XIX, tarea difícil que enfrentaba al pasado con el futuro y que debía comenzar por crear y actualizar una nueva normativa, levantar una nueva estructura y sentar las bases de una nueva academia en un contexto de educación superior altamente competitivo. En este proceso se sumaron unos y se apartaron otros, algunos intentaron boicotearlo, obstaculizarlo y desarticularlo, y otros se dedicaron simplemente a observar y a criticar desde la comodidad de sus escritorios o desde las cinco horas del increíble tiempo completo de los profesores de la UNAH; otros se auto excluyeron o permitieron que los excluyeran del proceso reformador en el que tampoco confiaron mucho, y también se sentaron displicentes a ver qué pasaba con la reforma mientras otros intentaban recomponer la universidad destartalada que habían recibido.

Es indudable que todos los sectores queremos una universidad que nos haga sentir orgullosos al verla respetada y respetable, comprometida con los problemas del país y con sus necesidades de desarrollo; estudiantes conocedores de su campo profesional, del país y del mundo, esencialmente críticos, cuestionadores del orden social y político, respetuosos de la diversidad política e ideológica y comprometidos con su universidad y con la sociedad; profesores que sean esencialmente académicos, que cumplan con las tres funciones básicas de la universidad (que no sean exclusivamente clasistas o “claseros”) que le enseñen a los estudiantes a conocer, criticar y proponer desde su condición de estudiantes universitarios del siglo XXI en un país que se debate entre el pasado y el futuro; que hagan academia en sus oficinas, en las aulas y en los espacios públicos de la UNAH; unas autoridades universitarias con la mirada puesta en el futuro sin olvidar el presente, más dispuestas al debate y a la construcción de consensos, más abiertas a la crítica, más incluyentes de la diversidad y más dispuestas a reconocer el derecho de los otros a reclamar su papel protagónico en el proceso de reforma para avanzar más rápido en todo lo que falta por recorrer para construir la universidad que queremos.

Por todo lo anterior, resulta tan lamentable la caída estrepitosa de las razones del reclamo, el bajísimo nivel de la crítica, la gravedad de la ignorancia de propios y extraños sobre lo que ha avanzado la universidad en los últimos once años, el lenguaje soez, la trivialidad de los argumentos, la ligereza de la descalificación de las autoridades, la vulgar incursión en el mundo privado de sus interlocutores, la miseria de sus calificativos… Es cierto que un ataque genera contra ataques, sin importar de dónde viene la iniciativa; pero estamos en la universidad, en nuestra universidad, en donde se supone que aprendemos a convivir con la diversidad social, política, ideológica y religiosa; se supone que aquí contestamos a los argumentos con contra argumentos, a las razones de unos con las razones de otros y que prevalece la mejor argumentación y no la posición más agresiva y ofensiva.

Igualmente lamentable es la manipulación del derecho estudiantil a la protesta y al reclamo, derecho inalienable de todos los que convivimos en la universidad cuando sentimos que nos atropellan en nuestros derechos, cualesquiera que estos sean, incluido el derecho a estar en contra de los que protestan. Pero asociar el derecho a la protesta de unos perjudicando el derecho de otros (al estudio, al trabajo, a la circulación y a las condiciones mínimas de convivencia en la diversidad) es un craso error estimulado por aquellos que creen que la única vía de manifestación de la inconformidad estudiantil es tomarse la universidad y que ello es evidencia de una especie de “renacer” del dinamismo estudiantil, de reproducción de los que otros hicieron en el pasado, en otro contexto y otras condiciones… Protestar tomándose la universidad, uno o más edificios, es un peligroso síntoma de la inexistencia de razones académicas y de la legitimidad necesaria para pelear por ellas, mucho más si los protagonistas son profesores o estudiantes universitarios.

Yo formo parte de la “tropa bullanguera” de la que hablaba Medardo Mejía, que salimos de nuestras universidades en los años 70 a estudiar sociología a la UCR de Costa Rica, a coincidir con otros centroamericanos entusiastas como nosotros y a aprovechar la migración de académicos suramericanos de altísimo nivel que nos enseñaron a conocer a los clásicos de la economía y a los exponentes de diversas escuelas sociológicas; pero sobre todo nos enseñaron a hacer investigación científica, a utilizar la rigurosidad del pensamiento crítico, a desafiar los dogmas, a formularnos nuevas preguntas sobre los problemas sociales: ahí confluimos en la sociología muchos que luego fuimos profesores del departamento de ciencias sociales de la UNAH y que nos dedicamos a darle un sello a nuestra generación, a destacarnos en la docencia responsable, en la creatividad, en el debate, en la investigación rigurosa de los problemas de nuestro país… Así conocí a la que hoy es la rectora de nuestra universidad, a Julieta a secas, sin ir presidida de títulos que muchas veces esconden la mediocridad de las personas, y con ella nos iniciamos en la investigación, la publicación, la creación de la carrera de Sociología; con ella compartimos durante muchos años sueños, trabajo e inquietudes en un minúsculo cubículo con cuatro escritorios en los que apenas podíamos circular físicamente pero en el que circulaba toda una actitud de compromiso con nuestra universidad; también coincidimos en estudiar el posgrado de economía y desarrollo, y todavía alcanzamos algo del esplendor y el prestigio que le dieron el alemán Frank Hinkelammert, el holandés Wim Dierckxsens, el brasileño Reinaldo Carcañolo, y aprendimos lo suficiente para fortalecer la mirada crítica de nuestro entorno, no sólo de la superestructura con la sociología, sino de la infraestructura, con la economía…

La universidad de entonces, la de los años 70, no requería títulos para ingresar a la misma, entramos como auxiliares I y un par de años después ascendimos a auxiliares III cuando obtuvimos el título de licenciatura, luego de leer la tesis, y con los años fuimos escalando en la carrera docente a profesoras titulares por méritos académicos derivados esencialmente de la carrera como investigadoras, opción que atinadamente permite el estatuto del docente universitario, lo que estimuló un nombre internacional y el reconocimiento oficial de la UNAH al figurar en el Catálogo institucional de Investigadores junto a otros pares de diferentes campos del conocimiento.

Por lo anterior no es extraño ver las inquietudes académicas de la rectora, su preocupación por avanzar en los procesos, su frustración por no avanzar con la velocidad necesaria y su satisfacción en dar a conocer lo que hemos avanzado en nuestra universidad a nivel regional e internacional en donde siempre nos vieron de menos por la mediocridad que irradiaba nuestra universidad; en ese sentido es estimulante ver el reconocimiento de los avances de la reforma de la UNAH en instancias como el Consejo Superior Universitario (CSUCA) en cuyo congreso recién pasado se definieron los temas y los aspectos que regirán a las 21 universidades públicas para los próximos diez años. Y fue motivo de orgullo ver que fue la única universidad cuyas máximas autoridades presentaron ponencias, dictaron conferencias y fijaron lineamientos de trabajo con visión estratégica, sustentados en los avances de la UNAH, entre ellas la Rectora, los tres vicerrectores, los directores de investigación científica y posgrado, y de vinculación universidad-sociedad.

En la actualidad son otros los tiempos y otras las exigencias en educación superior, muy distintos a los de hace treinta o cuarenta años por lo que no debe juzgarse a los actores del pasado con criterios actuales y tampoco a los actores de hoy con criterios del pasado; en estos 11 años se ha hecho mucho más de lo que la gente cree y menos de lo que demanda la universidad pública del S.XXI y es así porque es difícil rehacer en once años el deterioro institucional y académico en que cayó nuestra universidad en los últimos cuarenta años, del cual hay que empezar a pedir cuentas a todos los que la dirigieron y hundieron en su crecimiento académico: a todos ellos, incluidos los que creen conservadoramente que todo tiempo pasado fue mejor.

Lastimosamente la UNAH no ha sido lo suficientemente dinámica para dar a conocer los increíbles avances que han habido en todos los campos; por ello, muchos críticos desconocen dichos avances, dedicándose a reducir los mismos al desarrollo físico, como si esto fuera poco, en lugar de reconocer el manejo eficiente y transparente de los recursos, el esfuerzo por terminar con el saqueo de los bienes de la universidad y el desvío de sus fondos hacia otras manos y fines, como ocurría antes: aunque solo sea por eso, la rectora y su equipo merece un mínimo de reconocimiento y respeto de parte de todos los que sufrimos las limitaciones de la universidad del pasado. Hasta ahora se avanzó con los que quisieron avanzar, es tiempo de intentar la incorporación de otros sectores que quieran avanzar con el proceso, estableciendo un cerco académico a los que quieran hacer retroceder lo avanzado hacia un pasado vergonzoso, hacia una universidad que fue vejada, descuidada, saqueada, humillada y pisoteada por muchos que hoy quieren volver a hacer lo mismo y que están ahí agazapados, calculadores, oportunistas y azuzadores, esperando el momento adecuado para dar el zarpazo que les devolvería el control de la universidad y sus finanzas.

La UNAH requiere el concurso de todos para avanzar en el largo camino que falta para consolidar lo que se ha hecho y para promover lo que falta; para ello empecemos por dejar de lado los insultos, la prepotencia, el desconocimiento de los procesos y la tendencia a reducir el debate de lo esencial de la reforma universitaria a la importancia de tener títulos de doctores o maestros cuando ningún rector los ha tenido (aunque hayan habido doctores en medicina, odontología o farmacia, que no es lo mismo), y reconozcamos la calidad de un gobierno universitario por su interés en promover la producción científica, la calidad académica en grado y posgrado, el compromiso con la universidad y el país, la transparencia en el manejo de recursos, el afán de construir para el futuro valorando los avances de otras universidades públicas en el continente, su capacidad para incluir a los que quieren sumarse para avanzar y para frenar a los que quieran retroceder.

A partir de ahí, hablemos de la universidad que queremos en primera persona, asumiendo que la universidad somos todos y que la universidad crítica, comprometida y prestigiosa que queremos es la que construimos todos y cada uno de nosotros en las aulas, las bibliotecas, los pasillos, los jardines, a través de análisis rigurosos, posicionamientos sectoriales ante los problemas del país, marchas, comunicados, foros, solidaridad, compromiso, seguimiento a lo que pasa en nuestro país y en el mundo, asumiendo que la universidad como espacio público es diversa y plural, y deviene obligada a utilizar como herramientas de lucha el pensamiento crítico, la rigurosidad del estudio, la visión de mundo, la generación de conocimiento nuevo y la fuerza de la palabra. De la universidad hacia adentro, el compromiso de todos debe ser con la calidad de la enseñanza, investigación y vinculación en el siglo XXI, las tres funciones básicas de la educación superior; de la universidad hacia afuera todos tenemos derecho a creer, militar, votar por unos, por otros o por ninguno, y luchar por lo que creemos que vale la pena luchar en este país vulnerable y asfixiado que clama la visión rigurosa y comprometida de la universidad con todas sus disciplinas y campos del conocimiento para monitorear, reflexionar y proponer: la clave está en no confundir los objetivos y la visión, y mantener presente y visible la línea tenue que separa esos espacios.

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