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Hasta siempre, estadio Vicente Calderón

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Madrid – Final de trayecto. El estadio Vicente Calderón ha puesto el candado. Después de casi 51 años, de que generaciones enteras hayan llorado en sus tribunas de alegría y de tristeza, de que un interminable elenco de figuras hayan pisado su hierba, en el ‘Manzanares’ ya no se disputarán más partidos.

El domingo 28 de mayo de 2017 está ya grabado en letras de oro en la legendaria historia del Atlético de Madrid. La tarde en la que se dijo el adiós definitivo al recinto, con un público entregado a sus leyendas, a sus ídolos.

A partir de ahora, nada será igual. Por delante, la ilusión de una nueva sede. El anhelo de estrenarla, de iniciar otra aventura. No será fácil el traslado. Habrá que masticarlo «partido a partido».

Ya no habrá que caminar hasta la línea cinco del metro, la del Atleti, la que durante medio siglo ha llevado a los aficionados hasta la estación de Pirámides, primero de la mano de sus padres y después con sus hijos.

Intactos, se conservarán muchos momentos. Desde la inauguración, con aquel tanto de Luis Aragonés ante el Valencia, hasta el 21 de mayo de 2017, fecha del último encuentro oficial del Atlético, ante el Athletic de Bilbao (3-1), con los dos goles de Fernando Torres.

Entre medias, muchas secuencias. La triunfal trayectoria hasta la final de Bruselas en 1974. La mágica noche ante el Celtic de Glasgow en semifinales. La final de la Copa Intercontinental contra el Independiente de Avellaneda con los goles de Adelardo y Ayala.

La liga de 1973, la final de Copa de 1975 ante el Real Madrid, los 4-0 ante el ‘eterno rival’, La liga ‘no ganada’ del doctor Cabeza, el ‘doblete’ de 1996, la caída al ‘infierno’ de Segunda, el retorno dos años después, las mañanas del filial, el Atlético Madrileño, o la gloriosa etapa de Diego Simeone como entrenador.

Muchas tardes de éxtasis y de frustración que engendraron un sentimiento de pertenencia a un club enorme, una entidad grande en España y en Europa, con el estadio Vicente Calderón como testigo. Un lugar y un barrio míticos para los hinchas rojiblancos, con el antes y el después de los duelos en sus aledaños.

Muchos instantes imperecederos. Muchos protagonistas anónimos que no podrían relatar sus memorias sin el estadio Vicente Calderón. Ese himno eterno, el «yo me voy al Manzanares, al estadio Vicente Calderón, donde acuden a millares los que gustan del fútbol de emoción».

El olor a puro de las tardes de domingo en los partidos de las cuatro y media, y el de la cerveza fermentada de la fábrica de Mahou en el lento peregrinar hacia el paseo de los Melancólicos. La vuelta a casa, otra vez en el metro, a rebosar, con la multitud en el apeadero de Pirámides empujándote casi hasta los raíles.

El duro frío de invierno a la vera del río en la vieja grada de hormigón, o la intensa calima de agosto en los trofeos Villa de Madrid. El refugio en los bancos de madera los días de lluvia. El marcador simultáneo Dardo. El balón Cóndor con los colores del equipo. Aquellos bocadillos inmensos de la peña Ovejero, la del bombo, la que animaba a todos a saltar y bailar bajo los acordes de los cánticos rojiblancos después de cada partido. El tronar de las antiguas almohadillas de pluma. Las flores de Pantic. Los goles de ‘Artechenbauer’ en la remontada ante el Betis.

Todo, sin imaginar que alguna vez se llegaría al final, que el Calderón se derribaría, que habría que mudarse a un hogar mejor, más moderno, a la altura del progreso del club, instalado en la elite europea. Un salto de calidad, una nueva etapa y un permanente recuerdo. Hasta siempre, estadio Vicente Calderón.

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