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Habitantes del Golfo de Fonseca reinventan prácticas por el cambio climático

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Managua – El cambio climático ha sido definido por expertos como la mayor amenaza que ha enfrentado el hombre, y en el Golfo de Fonseca, una de las zonas más vulnerables del mundo a este fenómeno, se resisten los efectos adversos con medidas que van, desde el retorno a prácticas ancestrales, hasta la evolución hacia nuevas tareas.

Ubicado en el litoral Pacífico de Centroamérica, el Golfo de Fonseca, de 2.015 kilómetros cuadrados de extensión acuática, es compartido por El Salvador, Honduras y Nicaragua.

Según el Instituto de Capacitación, Investigación y Desarrollo Ambiental de la Universidad Centroamericana (CIDEA-UCA), con sede en Nicaragua, estos tres países están entre los 15 más afectados por el cambio climático en el mundo, y el Golfo de Fonseca es una de las diez zonas más vulnerables.

Temperaturas entre 21 y 39 grados Celsius, suelos erosionados, sequías prolongadas, e inundaciones extensivas y recurrentes explican en parte por qué los 714.771 habitantes del Golfo viven en alto riesgo por el calentamiento global.

En los últimos cuatro años la población de los 19 municipios de los tres países que componen el Golfo, se han convencido de ese riesgo y han emprendido medidas para reducirlo y adaptarse a un clima diferente, más brusco y menos predecible.

En días recientes los líderes de ese cambio se reunieron en Managua en un simposio del proyecto que los agrupa, «Fortalecimiento de las capacidades locales para la adaptación al cambio climático en el Golfo de Fonseca», financiado con un fondo de la Unión Europea que inició en 2011 con 1,3 millones de euros (1,4 millones de dólares).

En Honduras, la población volvió a usar tecnologías ancestrales de producción. «Son tecnologías que nuestros ancestros ya practicaban pero que habíamos dejado de usar, como rotación de cultivos y aprovechar los rastrojos para conservación de humedad», explicó a Efe el representante del proyecto en Honduras, Luis Manuel Ochoa.

Los hondureños dejaron de usar químicos y retornaron a la materia orgánica para mejorar suelos y obtener semillas resistentes, fertilizantes, pesticidas y alimentación para sus animales, pero además «cosechan agua», con técnicas de recolección cuando llueve, según Ochoa.

En Nicaragua, unas 80 madres solteras que se dedicaban a recoger ostras entre el lodo de los manglares, ahora tienen una vida más cómoda criando peces para venderlos, afirmó el director del CIDEA-UCA, que administra el proyecto, Carlos Rivas Leclair.

De la misma manera, un grupo de pescadores y cazadores en el extremo noroccidental de Nicaragua, abandonó dichas prácticas y ahora se dedica al turismo. Llevan a los visitantes a conocer los hábitos de las tortugas en la vida silvestre, incluyendo desoves y nacimientos de miles tortuguillos marinos.

En El Salvador, al igual que en Honduras, la gente aprendió a cosechar agua, dejó de practicar las quemas agrícolas y obtuvo como resultados mejores suelos para sembrar.

«En estos últimos dos años la sequía ha sido difícil para los productores, pero han visto que las técnicas implementadas, funcionan», sostuvo a Efe el coordinador del proyecto en El Salvador, Manuel Hernández.

La decana de la Facultad de Recursos Naturales y del Ambiente de la Universidad Nacional Agraria, de Nicaragua, Matilde Somarriba Chang, quien analizó los avances realizados en el Golfo, concluyó que «proyectos como estos demuestran que la transición en la adaptación al cambio climático ya está en marcha».

La población del Golfo de Fonseca continúa cuesta arriba en su pretensión de reducir los impactos y adaptarse al cambio climático, pero ahora avanzan con la esperanza que les da saber cómo enfrentarlo.

Si otras poblaciones con características similares en Centroamérica adoptan estas técnicas, podrían marcar diferencias en los efectos del cambio climático, concluyó Somarriba Chang.

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