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Gentío en calles de Zimbabue, apoyado por el Ejército, avanza fin de Mugabe

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Harare– El presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, cada vez está más solo: sus viejos aliados le han abandonado y los que no, no se atreven a decir una sola palabra en contra de manifestaciones como las de hoy, en las que miles de personas, apoyadas por el Ejército, tomaron las calles de la capital, Harare.

Soldados con subfusiles y tanques se unieron a los ciudadanos que, provistos de banderas de Zimbabue y pancartas contra Mugabe, ocuparon el centro de las principales ciudades del país para dejar claro a su aún presidente que ha perdido uno de los puntales que siempre creyó a su lado: el apoyo popular.

«Gracias, Fuerzas Armadas», rezaba uno de los carteles; otro, con el retrato del jefe del Ejército, Constantine Chiwenga, decía: «Adelante, nuestro general».

Aunque los conductores hacían sonar sus bocinas y se asomaban por las ventanas de sus vehículos mientras la gente bailaba y les saludaba, el sentimiento subyacente era de rabia e impaciencia ante el previsiblemente tan cercano, pero aún no definitivo, final de la era de Mugabe, de 93 años, al frente del país desde hace 37.

Como era de esperar, las pancartas no fueron tan amables con el jefe de Estado: «Mugabe, vete ya», «Zimbabue jamás volverá a ser tu colonia». Tampoco con la primera dama, Grace Mugabe, considerada la desencadenante de esta crisis tras forzar la destitución del vicepresidente Emmerson Mnangagwa y tratar de despejarse el camino para convertirse en la sucesora de su marido en el poder.

«El liderazgo no es de transmisión sexual» era el mensaje que los ciudadanos enviaban a Grace Mugabe.

Incluso los propios militantes de base -por no hablar de los miembros destacados- de su partido, la Unión Nacional Africana de Zimbabue-Frente Patriótico (ZANU-PF), han dado la espalda a Mugabe y hoy recorrían las calles de Harare vehículos con el emblema de la formación cuyos ocupantes se unían a los cánticos contra él.

Los soldados, de cuya fidelidad a Mugabe nadie dudaba hace solamente una semana, son ahora recibidos con júbilo por los manifestantes: las redes sociales se hacen eco de historias como la de uno de ellos montando a un chiquillo en su tanque u otro al que un limpiabotas le pulió gratis el calzado como agradecimiento por acabar con el reinado del presidente.

Ciudadanos de todo el país y de todas las razas -incluidos los blancos, que sufrieron las políticas expropiatorias de Mugabe- se unieron durante más de once horas, hasta que los militares les dijeron que ya era hora de marcharse a casa.

Instigados por políticos opositores -algunos de ellos de tan nuevo cuño que actualmente son ministros- y veteranos de guerra, ciudadanos trataron de llegar al palacio presidencial y a la residencia privada de Mugabe, donde permanece retenido, para «echarlos», dijeron, a él y a su esposa, aunque los soldados se lo impidieron.

Algunas figuras destacadas como el párroco Ewan Mawarire, cuyos enfrentamientos públicos con Mugabe le valieron ser víctima de la represión policial, aseguraron que la situación «es como un sueño». «Es casi imposible de creer que esto esté pasando», reiteró.

Mientras tanto, los militares continúan negociando con Mugabe para garantizarse su dimisión y evitar así la intervención de organismos internacionales como la Unión Africana (UA) o la Comunidad para el Desarrollo de África Meridional (SADC, por sus siglas en inglés) que no ven con buenos ojos un golpe de Estado.

Por ahora, el veterano mandatario parece reticente a separarse del puesto que ha ostentado desde 1980, por lo que la ZANU-PF podría verse obligada a destituirlo y expulsarlo del partido en la reunión que su Comité Central celebrará mañana mismo, después de que las secciones provinciales de la formación le retirasen su apoyo.

Sin embargo, la incertidumbre sobre el futuro del país preocupa a los expertos, que apuntan que la posible vuelta de Mnangagwa podría suponer problemas con la comunidad internacional debido a su papel en las purgas étnicas de los años 80, en las que perdieron la vida más de 20.000 personas de la etnia Ndebele.

Mientras tanto, la oposición pide que se olviden «todas las diferencias personales y políticas» para facilitar un Gobierno transitorio de concentración que se ocupe de la nefasta situación económica y una mesa de diálogo nacional que permita conducir al país hacia una democracia plena. 

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