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En deuda con Asma Jahangir

Por: Manuel Torres Calderón
Periodista

En nuestro país, distraído entre fuegos artificiales, petardos y gaseadas, pasan inadvertidas noticias trascendentes.

Una de ellas fue la muerte, el 11 de febrero, de Asma Jahangir; quizá desconocida para nuevas generaciones, pero con una huella imborrable en defensa de los derechos humanos en Honduras.

Murió a los 66 años, en la ciudad donde nació: Lahore, en el Punyab paquistaní, cerca de la frontera con la India.

En su condición de Relatora Especial de las Naciones Unidas para Ejecuciones Extrajudiciales, estuvo en Tegucigalpa y San Pedro Sula investigando múltiples denuncias de violaciones a los derechos humanos cometidas a partir de mediados de la década de los 90 contra jóvenes, dirigentes populares y medioambientalistas.

El informe de su visita oficial, del 5 al 15 de agosto de 2001, rompió la tradicional cautela diplomática y, con objetividad, documentó la responsabilidad de autoridades en múltiples ejecuciones sumarias, y en la falta de investigación de estas.

La denuncia con mayor repercusión de su informe fue la detención ilegal, tortura y posterior ejecución de los jóvenes Marco Antonio Servellón García (16), Rony Alexis Betancourth Vásquez (17), Diómedes Obed García Sánchez (18) y Orlando Álvarez Ríos (32), hechos ocurridos entre el 15 y 17 de septiembre de 1995.

Los cuerpos fueron encontrados con disparos en la nuca, cabeza y pecho (procedentes de una misma arma y, seguramente, mano)), en distintos lugares de Tegucigalpa, por lo que se conoció como “el caso de los cuatro puntos cardinales».

El 2 de febrero de 2005 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos interpuso una demanda ante la Corte Interamericana contra el Estado de Honduras debido al trato inhumano, cruel y degradante, tortura y muerte de los jóvenes, así como por la falta de una debida investigación, identificación y sanción de los responsables en un plazo razonable. Entre sus fuentes figuró el informe de la Relatora.

Transcurridos 11 años del múltiple crimen, la Corte condenó al Estado por haberse valorado y probado su responsabilidad en la violación de los derechos a la libertad e integridad personal y a la vida de los cuatro jóvenes.

Lo decidido en la Sentencia motivó a uno de los jueces señalar que este caso “revela características de una verdadera tragedia, la gran tragedia de nuestros tiempos, agravada por el hecho que hoy día son cada vez menos los que leen y piensan, y se muestran dispuestos a aprender las lecciones del pasado. En el mundo extremamente violento en que vivimos, hay, al contrario, que buscar protección contra el Estado, – contra el mito del Estado-, contra sus acciones y omisiones, y ante su manifiesta incapacidad, en casi todas partes del mundo contemporáneo, de extender un mínimo de protección a su población, y en particular a los segmentos más vulnerables de ésta”.

Efectivamente, es el carácter tristemente represivo de nuestros estados, ya sea en América, Asia, África o la misma Europa, lo que motivó la lucha de Asma Jahangir desde que, en 1969, con apenas 17 años, acudió hasta la Corte Suprema de Justicia de su país en defensa de su padre, encarcelado ilegalmente por oponerse a una dictadura militar.

Tres años después de aquella iniciativa, que defendió día a día, los jueces votaron a favor de su petición. En un contexto donde el fundamentalismo religioso degrada los derechos de las mujeres, el coraje de Asma Jahangir fue extraordinario y marcó su trayectoria de vida. Después estudió Derecho, junto a su hermana, y fundó el primer centro de asistencia legal gratuito de Paquistán.

¿Cómo se forma una personalidad y un compromiso social de ese tipo? Esos valores no nacen de la noche a la mañana. En una entrevista concedida a un diario anglosajón relató que: «Cuando éramos niños, mi padre siempre hablaba sobre los derechos fundamentales y el derecho a votar en las elecciones públicas de los adultos y, créanme, durante mucho tiempo no sabía lo que significaba el derecho a votar, excepto que estaba luchando por ello».

Resulta aleccionador indagar en la vida y obra de Asma Jahangir porque convencida que “ley injusta, no es ley” (lex iniusta non est lex) rehusó matricular sus ideas en una determinada ideología o militancia. Para ella, lo fundamental del derecho no lo determinaba el alegato de su procedencia “divina” o “humana”, sino por la justicia intrínseca de su contenido, por eso no fue extraño que tanto los líderes religiosos como muchos que se calificaban como opositores progresistas o de izquierda la criticaran por incluir entre sus entrevistas a dictadores y gobernantes. Ella buscaba caminos con resultados a corto plazo que beneficiaran a quienes estaban en peligro, pero su perspectiva también era a mediano y largo. Entendía claramente la importancia del Estado, así como de la ciudadanía.

En Honduras visitó tanto Casa Presidencial como las terribles cárceles de Tegucigalpa y San Pedro Sula, incluso fue a barrios o colonias para entrevistar a líderes de las maras y a familiares de las víctimas.

Como ella misma lo escribió en tercera persona: “Ninguno de los niños a los que entrevistó la Relatora Especial pidió piedad, caridad o ayuda. Lo que querían era vivir con dignidad y en condiciones de seguridad: clamaban por la oportunidad de gozar de sus derechos de niños”, y entre las frases que más le impactaron de los relatos que escuchó citó las siguientes: «Quiero que mi madre esté orgullosa de mí. «Quiero quitarme el tatuaje, pero necesito a mis amigos.» «Nadie se preocupa por nosotros, todos están demasiado ocupados.» «Quiero ser técnico para poder ayudar a mi madre.» «Nuestro lema es: Amigo, vive por tu madre y muere por tu barrio.» «Quiero ir a los Estados Unidos, puesto que aquí no tengo futuro.» «Quiero estudiar e ir a la escuela.» «Quiero dejar esta vida de miseria y vivir en paz sin temor» o una que encierra un gran significado: «Quiero estar en paz con la policía.»

El informe de su indagación, de unas 27 páginas, y la sentencia de la Corte Interamericana, de unas 85 páginas, debieran ser objeto de estudio permanente de nuestra academia, organismos de derechos humanos y, ojalá, de políticos y autoridades, por su contribución a la búsqueda de la justicia y el respeto a los derechos. Fueron investigados y redactados con rigor, no con calificativos o denuestos, y jamás pierden de vista su razón de ser, ni su actualidad.

Podrían escribirse muchas páginas sobre la obra, testimonio y legado de Asma Jahangir. Una de sus últimas luchas públicas la protagonizó en su Paquistán natal en defensa del derecho de la población a celebrar el 14 de febrero como Día de la Amistad, a pesar de la prohibición de esta festividad que impuso un tribunal por considerarla contraria al islam.

«Celebrar y promover el Día de San Valentín como un evento nacional va en contra de los mandatos del islam, las enseñanzas del profeta Mahoma y la Constitución de la República Islámica de Pakistán», sentenció el juez del Tribunal Superior de Islamabad.

La respuesta de Asma Jahangir fue diáfana, contundente y anti dogmática: «Cualquiera que haya estudiado Derecho sabrá que esta decisión no tiene que ver con las leyes. Este juez no debería estar aquí (en el tribunal) sino en una mezquita».

Esa última batalla por el Día de San Valentín no fue una concesión a la banalidad (que le era ajena), sino que simbolizó el compromiso de su vida por la convivencia, la justicia, el respeto de unos a otros, la igualdad, el amor y la fraternidad.

Algún día en nuestra Honduras habrá que bautizar con su nombre una plaza o un parque donde las acacias florezcan, pero será hasta que cancelemos la deuda que le debemos y que en las tumbas de niños, jóvenes, mujeres y hombres que han sido asesinados haya una placa donde se diga que su muerte no quedó en la impunidad y que tenemos una sociedad mejor a la que les privó injustamente de su derecho a la vida.

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