spot_img

El servicio civil

José S. Azcona

Lord Randolph Churchill, padre del célebre Winston Churchill, fue ministro de hacienda (Chancellor of the Exchequer) de Gran Bretaña en 1886. En ese momento la misma era la nación más poderosa de la tierra, tanto en su economía como en territorios. Él dijo al concluir su mandato: “Nunca entendí qué eran esos condenados puntos”, refiriéndose a las cifras decimales.

El hecho de que un responsable de una cartera financiera no entienda (y lo acepte casualmente) matemática elemental suena como un acto de imprudencia y ligereza en el manejo de los asuntos públicos. Recuerdo que cuando escuché esta anécdota en mi adolescencia, concluí que esos aristócratas británicos debían su éxito a tres posibles fuerzas: la suerte, la maldad o la fuerza. Con el estudio de la historia he aprendido que esas tres fuerzas han estado presentes a todo lo largo de la historia humana en proporciones similares. Entonces el misterio persiste: ¿cómo es que la mayor potencia del mundo puede ser gobernada por aficionados?

Una parte de la explicación es un sistema oligárquico de escoger gobernantes en el que la capacidad técnica es superflua. Estos dirigentes tenían una base económica independiente y se dedicaban a la actividad pública primeramente por sentido de deber y para lograr un honor y un prestigio personal. El entusiasmo, el estudio profundo y el hambre de poder eran vistos como conductas indignas de un “caballero”.  El mundo moderno ha vuelto obsoletos esos criterios, pero esos eran valores importantes para estas clases gobernantes.

La segunda explicación está en el sistema de administración pública que ya se encontraba completamente desarrollado hace tanto tiempo. El trabajo de los ministros (que eran parlamentarios) era únicamente el de dar liderazgo político a sus departamentos. La burocracia estaba completamente profesionalizada y dependía de subsecretarios permanentes, profesionales y de carrera. El ministro no podía nombrar ni remover personal, siendo obligado a regirse por un sistema de servicio civil. Este era un sistema de carrera, de mucho prestigio, para el cual el acceso y avance dependía de las capacidades y antigüedad únicamente.

Por tanto, la esfera de la política quedaba muy claramente definida y circunscrita. Su autoridad se expresaba a través de directrices, legislación o prioridades presupuestarias. El personal y la capacidad técnica eran independientes de esto, y por tanto se podían ir fortaleciendo a lo largo del tiempo sin sufrir con cambios de gobierno. El gobierno, conversamente, se beneficiaba de tener un aparato estatal efectivo para implementar su programa desde su primer día.

No siempre había sido así. Se requirió de un proceso de casi 200 años (desde la última revolución de 1688 hasta aproximadamente 1870) acompañado de continuidad constitucional para lograrlo. Pero el objetivo fue claro a lo largo del tiempo, aunque los distintos partidos o facciones usufructuasen del poder para su beneficio, construyendo un sistema de servicio civil cada vez más robusto y eliminando la prerrogativa de la corona y la discrecionalidad administrativa de los funcionarios. Acompañado de esto, el poder del parlamento se fue afianzando en la esfera política, logrando quitar a la monarquía todas sus atribuciones políticas y centralizando mucho del poder que había pertenecido a los nobles provinciales.

Uniendo ambos campos de acción se llega a un gobierno de enorme fuerza, la cual solo puede ejercer a través de un sistema establecido siguiendo reglas claras. Con esto se eliminan esos dos enemigos terribles de la gestión pública: la improvisación y la arbitrariedad. Generalmente, es muestra de una organización mal estructurada el que los “jefes” tengan que dar órdenes para nombrar personal, agilizar trámites o resolver problemas varias escalas jerárquicas más abajo. Por más conocimiento o voluntad que la persona tenga, las intervenciones arbitrarias socavan la capacidad de acción, la iniciativa, la eficiencia y el sentido de responsabilidad de toda la organización.

Por tanto, un servicio civil profesional suple las posibles carencias de los funcionarios superiores. Es necesario construir formas ordenadas de manejar la administración pública que mitiguen los errores y limitaciones humanas. Buscar buenos funcionarios es importante, pero más lo es construir sistemas transparentes, ordenados y automáticos.  De esta manera la ignorancia o venalidad serán menos dañinas.

spot_img

Lo + Nuevo

spot_img
spot_imgspot_img