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El «Congreso popular» hondureño: los diputados del pueblo entran a Parlamento

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Tegucigalpa – «¿Podría sacarme una foto allí? Esto es increíble, aquí es donde se tramaron todas las desvergüenzadas del país», dice a Efe Luis Alonso, de 42 años, sin contener su emoción, mientras señala el asiento del presidente del Congreso Nacional (Parlamento) de Honduras.

Es consiente de que está viviendo un hecho histórico e irrepetible: el Parlamento hondureño mantiene las puertas abiertas sin horario ni seguridad, desde el pasado domingo, luego de que la presidenta electa, Xiomara Castro, ordenara a la Policía desmontar todas las vallas que reforzaban la seguridad de la sede del Legislativo.

Un vendedor aprovecha para vender agua en el hemiciclo.

El Parlamento se ha convertido en un «Congreso popular» tomado por los hondureños, quienes sentados en los curules (escaños), de los diputados que ellos mismos votaron, disfrutan en un ambiente pacífico, casi turístico, perplejos ante la inédita situación que están viviendo.

Un grupo de niños corre y salta, haciendo caso omiso del regaño de sus padres, por los pasillos del mismo hemiciclo, donde hace casi una semana los diputados se enzarzaron a golpes derivando en una nueva crisis política en el país, la primera de Castro, antes de su llegada al poder, el próximo jueves.

La situación explotó el pasado viernes cuando 20 diputados disidentes del electo Partido Libertad y Refundación (Libre, izquierda) se opusieron a elegir a Luis Redondo, el candidato del Partido Salvador de Honduras (PSH) —respaldado por Castro tras hacer una alianza para ganar las elecciones—, como presidente del Parlamento.

La crisis, para la que no se prevé una salida inmediata, concluyó con la instalación de dos directivas paralelas: una presencial en la misma sede del Legislativo, encabezada por Redondo, y otra por la aplicación de videoconferencias Zoom, liderada por Jorge Cálix, uno de los diputados disidentes y expulsado del partido.

Esto diluyó el ambiente de euforia que envolvía a Honduras desde que Xiomara Castro ganó, con un triunfo arrollador, las elecciones del pasado 28 de noviembre, con 1,7 millones de votos, transformándolo en descontento, repudio, incertidumbre y posibles brotes de violencia.

«Le pido a él (Cálix) que recapacite porque este pueblo no se merece estar aquí ni la presidenta tampoco se merece esto», cuenta Alonso.

MÚSICA, VENDEDORES Y APOYO A REDONDO

Maribel Hernández, una vendedora ambulante, se pasea feliz por el hemiciclo de la Cámara Legislativa el pasado domingo.

Castro, quien acusó de «traidores» a casi la veintena de los diputados de su partido, convocó el pasado domingo una vigila frente el Parlamento, la cual ha tenido una notoria acogida.

 Desde entonces, el hemiciclo no ha parado de recibir a los ciudadanos: mientras en la entrada un grupo de música regional, con guitarras, güiros y violines, no cesa de entonar canciones en apoyo al partido Libre, los hondureños se sacan fotos en los curules y otros ondean banderas de Libre y PSH.

También, hay quien no pierde la oportunidad de negocio, como las vendedoras de dulces, y quien se atreve a subir al atril y dar su propio discurso: «¿quién está de acuerdo, compañeros diputados? levanten la mano», grita un hondureño en un video difundido por redes sociales.

«Nunca habíamos tenido la oportunidad ni facilidad de ingresar al Parlamento (…) estamos viviendo una nueva era desde el 28 de noviembre, que salimos a votar masivamente por un cambio y transformación que representa el Partido Libre», cuenta a Efe el estudiante Roberto Moser, de 23 años, quien recuerda una constante crisis política desde su adolescencia, cuando el presidente Manuel Zelaya, esposo de Castro, fue derrocado en 2009.

Castro, la primera mujer en la historia en ser presidenta, supone el fin del bipartidismo, entre los conservadores partidos Nacional y Liberal, presente en Honduras desde hace más de siglo.

Con un partido dividido, y bajo la sombra de su esposo, Castro afrontará desde mañana los vastos retos que arrastra el país centroamericano, como su alta tasa de pobreza —alrededor del 70 % de los 9,5 millones de habitantes— y la corrupción, agudizada por el narcotráfico que salpicó al presidente saliente, Juan Orlando Hernández.

«La presidenta (Castro) tiene una buena intención de refundar nuestro pueblo y que aquí no se cometa ningún delito, ni corrupción, y que los hondureños tengan comida en la mesa, que es lo que necesitamos», concluye Alonso, mientras se marcha vacilante del Parlamento. 

JS

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