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Educando en septiembre

Por Armando Euceda

¿Cuál es el propósito de la educación? ¿Educamos el alma para tener un mejor ciudadano?, ¿tiene la educación un valor cívico incalculable para construir la democracia?

o, desde la visión del mercado hacemos la pregunta: ¿es la educación centrada en el desarrollo de competencia (laborales) que convierten a la persona en un productor y consumidor de bienes cuantificable en términos del producto interno del país, lo verdaderamente importante?

Usted tiene sus respuestas y yo las mías. Es precisamente una buena educación la que nos permite discernir -civilizadamente- acerca de las razones que sustentan nuestros argumentos. La que nos prepara para enfrentar la vida en todas sus manifestaciones. Desde entender que educarnos para el trabajo productivo es importante pero subordinado a la conquista de la felicidad como un todo, en la cual el trabajo es parte sustantiva de un manifiesto.

Es importante que la educación equipe a la persona para que sea económicamente autosuficiente y productiva, pero no es el único elemento del manifiesto.

En la educación se nos enseña que septiembre es el mes en el cual estalla la fiesta grande de la Patria. Es mes de fiesta de niños y su inconmensurable ingenio y alegría. Es mes de fiesta de maestros cuya labor es insustituible al momento de lograr que la educación sea un tejido de creencias en la vida democrática.

Es muy positivo que, desde hace muchos años, la clase política lleva niños y niña al Congreso Nacional. Esta actividad se vuelve superflua cuando no va acompañada de la aprobación y puesta en práctica de las políticas públicas que dignifican el trabajo docente. Por ejemplo, aceptando como credo de la democracia que los derechos de los niños, jóvenes y docentes no pueden disminuirse, ignorarse ni tergiversarse.

Los más radicales en lo que a la inversión pública se refiere frecuentemente se preguntan: ¿Sirve para algo invertir tanto dinero en el pago de maestros?¿Para qué tanta pérdida de tiempo y dinero en capacitaciones?, ¿no será suficiente poner en cintura a los maestros? Si lo importante es qué al final los jóvenes sepan hacer algo útil para que consigan un trabajo, ¿para qué perder tanto tiempo garroteando historia o haciendo visitas de campo en ciencias naturales?

Si pensáramos el país en grande, como parte de un contexto mundial, y dejáramos a un lado la pasión enfermiza de acumular jorobando al otro. Podríamos encontrar otras respuestas más humanas, más dignas. Miremos un ejemplo.

El problema del consumo energético es un grabe problema para la humanidad, pero será resuelto aunque no sabemos cuando. Quizás la idea innovadora empiece a germinar en la mente de una niña en una escuela en Denver, Colorado, quizás sea en una escuela garífuna en la aldea de Travesía o en una pequeña escuela rural de Intibucá en nuestra patria. Cualquiera que sea el lugar o la ocasión, es nuestra tarea encontrar esa niña o niño para educarlo en el estudio de la ciencia básica porque la humanidad no puede desperdiciar la singular oportunidad de resolver ese gravísimo problema.

El problema real es que los hacedores y ejecutores de las políticas públicas crean -peor aun, estén seguros- que ese niño, esa niña no puede haber nacido en Honduras. Crean que es mejor para su carrera política, reducir la inversión social a cambio de recibir una palmada de felicitación cuando nos visiten, para el ajuste de cuentas, los banqueros que nos vienen del norte.  Más de Armando Euceda. Aquí…

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