Del dicho al hecho…

Por: Julio Raudales
Me detuve a conversar con Nelson de pura casualidad hace un par de semanas. Era de noche y le indagué sobre la posibilidad de estacionar frente a la acera en que “cuidaba” los vehículos bajo un farol callejero.

Me llamó la atención el cuaderno que el chico llevaba bajo su brazo. Me dijo que por las mañanas estudia Bachillerato en un colegio del Centro. ¿Y traes el cuaderno para repasar? pregunté, -no señor- me respondió en tono vivaz –aquí estudio y hago mis tareas porque en mi barrio no hay “luz”.
 
Tampoco hay agua ni alcantarillado, según me confesó mas al rato; además, le toma una hora llegar caminando al lugar donde pasa el bus que lo trae al centro, ya que por su casa no hay calle. Sin embargo, me llamó la atención la forma pertinaz en que “chateaba” con el celular que de vez en cuando sacaba de su bolsillo.
Una pregunta interesante sería: ¿Que es lo que hace que Nelson tenga acceso a una tecnología de última generación como el celular al alcance de su bolsillo, y no pueda acceder a una tecnología centenaria para generar electricidad en su hogar?
En una palabra la respuesta es: “Las Normas”.
Las normas malas impiden el tipo de soluciones donde todos ganan. Aquellas que están disponibles cuando se instalan nuevas tecnologías. ¿Pero qué clase de normas son estas?
La ENEE, por ejemplo, ha operado desde su fundación bajo una norma que le obliga a vender electricidad a un precio subsidiado por el gobierno que, como sabemos, tiene serias limitantes financieras, de tal modo que no tiene incentivos ni recursos suficientes para mejorar la producción y conectar a mas usuarios. Si a lo anterior sumamos el hecho de que los gerentes de esta empresa -por norma- son nombrados por el Presidente de la República, quienes generalmente se ven presionados para ofrecer trabajo a sus activistas y a conceder “beneficios” al sindicato, nos encontramos con la fórmula precisa para el fracaso. Es este tipo de norma la que tiene a Nelson a oscuras.
Enterados de la posible debacle en la que caerán la ENEE y otras empresas públicas que por razones similares se encuentran en problemas, el gobierno, los trabajadores e incluso los usuarios, se han abocado a un proceso de “salvataje” de las mismas. Pero ¿Cómo hacer que el asunto no se limite a la acción de evitar la quiebra financiera? ¿Habrá alguna manera de lograr que los servicios públicos estén al alcance de todos y todas, sin que esto implique incrementar las tarifas y con ello afectar el bienestar de Nelson, el suyo y el mío?
La solución no es compleja, pero requiere de una firme convicción política, también de la inteligencia necesaria para persuadir a la gente de llevarla a cabo y sobre todo de coherencia en las acciones. ¿Es posible cambiar las normas bajo las que operan la ENEE y otras empresas públicas, de manera que tengan los incentivos que hacen que la compañía de telefonía celular pueda conectar a personas como Nelson y también a ustedes amables lectores? Al fin y al cabo, creo que hay consenso en que es más importante tener energía eléctrica o agua potable en nuestro hogar, que acceso a llamadas celulares.
El mecanismo de precios provee una buena solución. Cuando las personas tenemos distintas opciones, buena información y los incentivos adecuados, podemos asignar a cada bien que necesitamos el valor preciso y estar dispuestos a pagar por ellos. Algo hace que Nelson considere importante el pagar las altas tarifas que cobra la compañía celular por un poco de saldo para “chatear”. Obviando que estas empresas –la ENEE y la de celulares- se comportan como monopolios y que si estuvieran mejor reguladas serían más eficientes, no se puede negar que la segunda provee incentivos a la gente para extender su cobertura. Creo que las autoridades deben proveer los mismos incentivos a los otros servicios que son tanto, o más necesarios que este.
Pero repito: debemos ser coherentes. Si cambiamos la norma de la ENEE pero fijamos los precios de otros bienes, como se decretó hace unos días con ciertos productos de la canasta básica, nunca se logrará generar incentivos adecuados a la producción y al consumo. Los subsidios, los precios fijados artificialmente, los salarios mínimos elevados y los controles arbitrarios, solo provocarán incertidumbre, más pobreza y menos acceso a los servicios necesarios, sobre todo para la población pobre. Hagamos realidad el discurso de la “Economía Social de Mercado”: TANTO MERCADO COMO SEA POSIBLE, TANTO ESTADO COMO SEA NECESARIO.

Pero del dicho al hecho hay mucho trecho, sobre todo si no hay convicción.

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