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Crisis en naciones de derechas e izquierdas… y excepciones

Por: Ricardo Puerta

Tegucigalpa.- El mundo está  revuelto,  inestable y polarizado. Sin paz  y con poco o ningún crecimiento y progreso anual.

Contrario a la era que siguió al terminarse la Segunda Guerra Mundial.

 En los últimos 20 años– nunca el planeta se ha visto  tan   conflictivo como ahora. Todos los días, naciones desarrolladas que lucían “normalizadas”,  de pronto explotan y  se vuelven revoltosas e incontrolables: Chile, Francia y España. Y los países con un nivel de desarrollo medio que  ya estaban algo revueltos –Ecuador, Bolivia, Venezuela, Colombia, Nicaragua–  cada día amanecen con más protestas callejeras, violencia, destrucciones de empresas y propiedades,  heridos, muertos, etc….¡las de nunca acabar!

La tendencia a empeorar afecta regiones  (Oriente Medio, Norte de África y  África Subsahariana,  con sus 4  subregiones),  países de diferentes culturas,  ideologías políticas, religiones, historia, preferencias artísticas, religiosas y deportivas. Los males recuerdan  pandemias, por afectar masivamente y sin distinción razas, culturas, tipos de  estados,  sistemas económicos y regímenes políticos.

Guerra Fría

Antes de esta “agitada” era,  nos acostumbramos a vivir en una  paz, propia de la Guerra Fría (1945-1991): parcial y precaria.  El mundo estaba regido por un sistema de poder bipolar, caracterizado por el enfrentamiento político, económico, social, militar, informativo y científico entre los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la URSS.

Cada potencia –en sus ambiciones imperiales–  tenía bien identificado el bloque de naciones  “que le pertenecía”,  aunque estaba  inconforme, pues  ambicionaba  la eliminación del enemigo y todo el mundo el mundo para sí.

Además,  las líneas divisorias del poder, no estaban  del todo claras en términos reales. Tras la conferencia de Moscú en  1947,  Estados Unidos y Rusia nunca se pusieron de acuerdo en cómo iban a quedar las fronteras de los países afectados por la guerra, en particular los europeos.

En la práctica, las naciones de cada bloque  pretendían operar a imagen y semejanza de la economía y gobierno de la nación hegemónica central –Estados Unidos o Rusia—cada una con sus  instituciones, tecnologías, poderío nuclear, militar y de inteligencia propias.

La identidad y estabilidad del modelo estadounidense se sustentaba en  gobiernos electos, por un sistema político multipartidista,  medios de producción  en propiedad privada y operando a través de empresas capitalistas  en un mercado considerado abierto, con tendencias globalizantes. Sin que los ingredientes liberales y democráticos de dicho modelo  evitaran la creación y apoyo a gobiernos autoritarios o  dictaduras,  en países latinoamericanos u otros del mundo…. “Cada vez que fuera necesario” 

La  estabilidad del modelo soviético se fundamentaba en un régimen político de partido único, con una economía dominada por la propiedad estatal de los medios de producción.  Dirigida por un sistema de planificación central, aprobado por el Soviet Supremo –los parlamentos de las Repúblicas Socialistas Soviéticas– con sede en Moscú. 

Con esas  diferencias entre los  bloques,  se entiende que sus  conflictos  duraran por casi toda su existencia, 5 décadas –1945-1991—alimentados por “guerras subsidiarias”.  Etiqueta de sabor diplomático, utilizada para encubrir cuando las potencias mundiales– estadounidense o soviética– en vez de enfrentarse entre sí,  ponían a guerrear a terceros países. Obligando entonces a utilizar otros nombres distractores u ofensivos al enemigo: guerras civiles, de guerrillas, mercenarios, terroristas, saboteadores, espías, etc.

 En un escrito como éste no podemos listar todas esas guerras.  Pero las que más se sintieron en nuestro continente por realizarse aquí o por sus efectos fueron: la Guerra Civil EspañolaCoreaVietnamAfganistán,Angola, Irak, El Salvador, Nicaragua, Siria, y las “guerras de liberación”, promovidas por Cuba en América Latina y África.

Sin embargo, a pesar de sus diferencias internas, los dos modelos evidencian en común inequidades, una realidad  incómoda para el siglo XXI en que vivimos. Desigualdades  que favorecen a  un reducido número de “beneficiados”, que casi siempre son los mismos: miembros de clases privilegiadas, cúpulas, tan sólidamente establecidas, que aún en tiempos de   “crisis o carestías”, no pierden o  son  los últimos en perder sus prerrogativas.  

Constituyen una minoría oligárquica,  excluyente,  con pretensiones de élite.  No importa el grupo  que esté controlando el poder, los negocios de la élite siguen firmes.  Disfrutan de ventajas en cuanto a  ingreso, riqueza o patrimonio, esperanza y calidad de vida, poca carga  tributaria, acceso selecto a información estratégica, al crédito con tasas preferenciales –más si es público– condonación de deuda,  acceso a tierra,  exoneraciones, oportunidades de empleo, consumo, tecnologías de punta,   servicios de  salud, educación,  pensiones, recreación, energía, agua, movilidad, etc.

 Son los primeros que se enteran por dónde pasarán las futuras carreteras o dónde se construirán los aeropuertos y otras obras de mega-infraestructura. Información que aprovechan para comprar tierras a precios históricos,  que al poco tiempo serán expropiadas por el gobierno, pagándolas éste a precio  de mercado, que en agregado tiene  la  plusvalía “lograda” desde que las  compraron.

Independientemente del sistema económico y político bajo el cual vive la élite, con frecuencia  la integran funcionarios gubernamentales de alto rango,  políticos del partido que controla el poder, militares y policías en posiciones de mando, líderes de la sociedad civil alineados con el poder reinante,  y  empresarios bien entroncados con  inversiones y gastos que salen del Presupuesto General de la Nación.  Lo anterior, se encuentra hoy magnificado por la corrupción que “inversores y emprendedores” se aprovechan de fondos públicos como si fueran propios. Están en acecho para sacarle provecho individual a todo que sea o huela a “empresa estatal” o  “inversión público-privada”.

 En años recientes, a la élite mencionada se le han agregado capos, familias mafiosas y testaferros  de la narco-actividad y narco-política. Delincuentes,  que  llegan a tener un  poder fáctico en el gobierno, con frecuencia decisivo, sobre ciertos  territorios, sectores económicos  e incumbencias  del  gobierno central o de las municipalidades.

En naciones de  desarrollo medio –como Honduras—  junto a la élite mencionada existen estratos de poblaciones pobres. Tales estratos suman aquí más de la mitad de la población total del país; incluyendo entre ellos a los miserables, personas que viven con menos de un dólar al día.

Tanto la riqueza como la pobreza y miseria o indigencia en Honduras, en su gran mayoría,  son hereditarias. Pasan de  generación en generación a través de familias emparentadas,  nucleares o extensas.

Excepciones

Son muy pocas las naciones del planeta que hoy no  muestran desequilibrios como los antes comentados. Las excepciones parecen estar blindadas al caos y los conflictos reinantes.  Entre ellas se destacan los países nórdico-escandinavos, que comprenden 5 naciones: Dinamarca, Finlandia, Suecia, Noruega e Islandia, y tres territorios dependientes: Groenlandia, Islas Feroe y Áland.

Ese conjunto de naciones –conocido también por  “el modelo nórdico de bienestar”– se distingue por su liberalismo clásico,  economía de libre mercado y gobernadas por un estado nacional,  pequeño y eficiente.  El modelo solo financia los sistemas de seguridad social, jubilación, salud y educación, sin caer en populismos.  Ocupa los puestos más altos en los rankings  o  escalas de países, según indicadores positivos, y los más bajos,  según indicadores negativos.

Entre su institucionalidad e  indiscutibles logros se destacan: la separación de poderes, igualdad de oportunidades para todos,  estado de derecho, sistema independiente de justicia, democracia inclusiva,  calidad y años de larga vida, pocos pobres, clase media estable y pujante, distribución equitativa y alta competitividad laboral.

También, aunque por otras razones, la República Popular China está blindada  a la inestabilidad casi generalizada de hoy. Con trato aparte de  la Isla de Hong Kong,  legado que  tras 150 años de dominio británico, Inglaterra pasó a China el 1 de julio de 1997.

Al presente,  después de dos décadas de dominio chino, Hong Kong sigue siendo  asiática en cultura popular cotidiana, e inglés en política y economía. En sus decisiones económicas  se orienta más por Japón  que por China continental. La marca inglesa, a la oriental, contradice  las históricas raíces,  propiamente asiáticas,  caracterizadas por: dinásticas, autoritarias, monopolistas de prebendas y feudos.  En el caso de Hong Kong, en su vida diaria sobresalen prácticas, demandas y proyecciones libertarias, muy propias de Occidente.

Considerando el indiscutible legado de institucionalidad política libertaria  que ha dejado el imperialismo británico en sus ex-colonias, me pregunto… ¿habrá tal cosa como un imperialismo civilizador entre los imperios que han existido?)

Lo que hoy constituye Hong Kong  es continuo dolor de cabeza  para la República Popular.  China continental  es hoy un país socialista,   de partido único, con una dictadura democrática popular y  una economía globalizada, que no se le considera de mercado abierto,  por estar sometida al  dirigismo del Partido Comunista Chino, el más numeroso del mundo. 

China Comunista ha logrado “lo imposible”: “la cuadratura del círculo en política y economía”. En política es un Estado socialista con “dictadura y democracia popular”. En  producción,   es  capitalista,  muy orientada hacia las exportaciones,  basado en empresas privadas, buen número de ellas operando en sociedad con el  Estado chino. En su consumo y distribución es socialista.  Su economía depende en gran parte del  gasto en capital y  expansión del crédito. 

 No llega a tener un mercado libre porque su producción está sujeta al dirigismo estatal. Y su consumo  está lejos de ser igualitario. Por primera vez en la historia, un estudio reciente informa que Pekín supera a Nueva York como la capital del mundo con  el mayor número de mega multimillonarios.

Veámosla comparativamente con Estados Unidos. Con 9,833.517 km² supera por solo 270 mil kilómetros cuadrados–  la superficie de China, que es de  9,562.910 km².  La población de China (1,395 mil millones) cuadruplica la de Estados Unidos (330 millones). En volumen del PIB, China es la segunda economía del mundo, Estados Unidos la primera. Y la economía estadounidense es  hasta hoy 5 veces más productiva que  la de China. 

Mientras tanto, la Isla de Hong Kong sigue siendo hoy  una  preocupación para China. Su indiscutible éxito económico, unido a su legado inglés, ha obligado que China redefina sus fronteras. Oficialmente Hong Kong es una Región Administrativa Especial de la República Popular de China. Con solo 88,3 km² — algo  mayor en superficie que el municipio-isla de Roatán en Honduras –80.3 km²  —  y  muy poblada, poco  más de 3 millones de habitantes.

Es una isla, que China quiere  anexarse y cambiarle su sistema y modo libertario de vida.  Pero Hong Kong no quiere eso. Así lo  ha expresado en sus recientes manifestaciones y desordenes públicos que han durado más de un mes. Hong Kong tiene una economía libre,  con un crecimiento y progreso capitalista ejemplar por 23 años continuos, desde que se separó de Inglaterra. Mientras tanto, China continental,  cada día tiende a ser más un capitalismo de Estado.

Esta disparidad en tendencias, aspiraciones y destino,  está generando más preguntas que se verán contestadas en el  año 2049, año en que  la revolución de Mao en China cumple un siglo. Los chinos por cultura tienden a utilizar 100 años, como un lapso realista para definir “el largo plazo”.

China y Hong Kong son dos realidades tan distintas entre sí, que  China hoy se autodefine  como “un país con dos sistemas”.  Etiqueta ideada por Deng Xiaoping  (1904-1997) máximo líder del reformismo comunista chino desde 1978 hasta su muerte en 1997. Su invento nació por  la falta de reunificación de China, que “en auto-definición imperialista”  incluye a Taiwan, Hong Kong y Macao, como parte de su territorio. 

Sin embargo,  no creo que la excepcionalidad de Alemania y de China se mantenga por más de dos décadas. Ambas naciones muestran una fatal desventaja para la era ecológica en que vivimos: son los dos países que envían más contaminantes a la atmósfera,  en sus respectivos continentes.  

China en el continente asiático y del mundo, enviando el doble de emisiones contaminantes que Estados Unidos, la primera potencia comercial e industrial del planeta.   

Alemania es el país más contaminante del continente europeo, incluyendo en su superficie las  6 naciones europeas que no pertenecen a la UE — Bielorrusia, Noruega, Macedonia, Suiza, Turquía y Ucrania— más los 28 países que sí son miembros  de la Unión Europea.

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