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Camino a la servidumbre

Julio Raudales

Lo terrible, lo triste, es que seguimos convencidos de que debe ser el gobierno de turno -o cualquiera anterior o posterior- el único que podrá salvarnos de la miseria en que hemos vivido desde hace siglos.

Nos hace falta entender la historia: la revolución industrial nos mostró que solo la iniciativa individual, libre de ataduras y abocada a un orden espontaneo, moviliza los recursos, sean estos humanos, naturales y tecnológicos, para crear riqueza para todos.

Acá no. En Latinoamérica, incluido Honduras, vivimos imbuidos en el ancestral atavismo que nos obliga a esperar ese mesías estatal. Con ello, no solo menospreciamos el potencial sin límites de la inteligencia humana, sino que aceptamos de forma cándida, entregar nuestro futuro a la voluntad de políticos irresponsables y muchas veces ignorantes, cuyo único prurito natural, es acarrear riqueza a su aljibe.

Pongamos como ejemplo la noticia del día: ahora es que es necesaria una reforma tributaria, ya que, según los amigos del gobierno, se pierden más de 50 mil millones de lempiras de recaudación, debido a las exoneraciones otorgadas a ciertos empresarios. Además, arguyen las autoridades, nuestro sistema recaudatorio es sumamente injusto, ya que grava más a los pobres que a los ricos.

No digo que lo anterior sea mentira. Es cierto que, desde siempre, quienes ostentan el poder lo han usado para beneficiar grupos económicos que, a su vez, financian las ambiciones y chapuzas que estos labran para mantenerse al mando.

Es verdad que en Honduras existen granjerías y privilegios para algunos. Pero ¿Quién los ha generado sino el mismo estado que ahora pretende suprimirlas? ¿Cómo hacemos para creer que esta vez lo harán de manera eficiente y honesta? Las señales que nos han dado hasta ahora -nepotismo, insidias, pleitos internos y financiamiento de campaña por parte de grupos económicos- no nos hacen pensar que las cosas pueden ser diferentes ahora.

Desde hace años se viene hablando de la necesidad de un “Pacto Fiscal”, es decir, una reforma consensuada a nuestro esquema de financiamiento público, esto implica no solo una reforma tributaria, sino, principalmente en el gasto y en el esquema de endeudamiento. Estos dos últimos deberían ser el eje de cualquier cambio que quisiéramos hacer para que las cosas mejoren en el país.

Si de verdad se tuviera voluntad política de generar un cambio, lo inteligente de definir lo que, como sociedad, queremos hacer y enrumbar el esfuerzo social hacia allí. Esto implica generar los incentivos sociales adecuados a la iniciativa individual, no solo empresarial, también de los trabajadores. El gobierno es necesario sí, pero acotado a la vigilancia y garantía de las libertades de la gente.    

Resulta poco inteligente y fiable, entonces, que prioricemos una reforma tributaria -por demás necesaria- a un cambio estructural de la forma en que el gobierno interviene en la economía del país.

Si tuviéramos un real interés en que las cosas cambien, 100 mil millones de lempiras serían suficientes: un 35% al sector educación, un 25% a la salubridad, un 10% a la seguridad y defensa, 6% a la justicia e investigación, 10% a la infraestructura vial y productiva y el resto para financiar la administración y otras necesidades mínimas.

Y luego un pacto ciudadano para librarnos de una vez, de esa cadena abyecta del endeudamiento público. Resulta imperdonable que, hace apenas 18 años, los organismos internacionales y países amigos nos incluyeran en la iniciativa mundial para el alivio de la deuda y el país, lejos de volverse viable, haya vuelto a comprometer su futuro, ahora de una manera más irresponsable, más terrible.

Así que lo realmente inteligente, sería establecer en ese pacto fiscal, una tasa temporal, donde pudiesen recaudarse unos 10 mil millones adicionales, para destinarlos al pago de la deuda y así salir de una vez de tan horrible entuerto.

¿Será que es eso lo que buscan nuestras autoridades? Pues parece que no. Lo que en realidad les mueve es la continuación de una ambición desmedida de poder, la misma que nos tiene ahora en la miseria, la misma a la que estamos condenados, mientras sigamos pensando que son los políticos quienes nos sacarán de ella.

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