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Autoritarismo y popularidad: cuatro años de Duterte al frente de Filipinas

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Manila – El polémico Rodrigo Duterte cumple este martes cuatro años al frente del Gobierno de Filipinas entronizado en la presidencia gracias a sus medidas populistas -para algunos autoritarias- y con una aceptación sin precedentes en la historia de la democracia del país.

Duterte arrancó 2020 con una tasa de satisfacción del 82 %, según la consultora Social Weather Station (SWS) -un récord en su presidencia, que comenzó el 30 de junio de 2016-, y un nivel de popularidad inédito para un presidente filipino e incluso para la mayoría de líderes mundiales.

La cuarentena por la COVID-19 en Filipinas, una de la más largas y estrictas del mundo, ha impedido que SWS o Pulse Asia, principales encuestadoras del país, efectúen nuevos sondeos sobre el respaldo popular de Duterte, aunque varios analistas consultados por Efe coinciden en que su gestión de la pandemia hará mella en sus apoyos.

POPULARIDAD EN TIEMPOS DE LA COVID-19

«La COVID-19 puede afectar su popularidad porque la salud no figura entre sus prioridades. Duterte es un presidente de paz y orden como demuestra la guerra contra las drogas o la lucha contra las insurgencias comunista y yihadistas», señaló a Efe la profesora de ciencias políticas de la Universidad de Filipinas, Maria Ela Atienza.

De hecho, el mandatario ha basado su respuesta a la pandemia en la militarización, con una retórica de guerra contra el virus e ignorando en varias ocasiones los consejos de la comunidad científica, una estrategia que ha demostrado ser fallida ya que los contagios diarios no hacen más que aumentar.

«No tiene respuesta a la crisis y recurre al habitual descrédito a sus críticos, mientras se rodea de los secretarios de su gabinete que son generales militares retirados», matizó Atienza.

Sin embargo, una encuesta publicada por SWS a principios de mes refleja que un 84 % de filipinos cree que el estricto confinamiento vale la pena si sirve para contener la COVID-19, aunque un porcentaje similar de la población, un 83 %, admite que su calidad de vida ha empeorado en los últimos meses.

UNA ECONOMÍA EN CRISIS

El analista político Richard Heydarian subrayó a Efe que en Filipinas hay una «correlación directa» entre el índice de satisfacción del presidente y la buena marcha de la economía, que en la última década creció por encima del 6 % anual, un ritmo que se ha visto frenado por la pandemia, que ha hecho entrar en recesión al país por primera vez desde 1998.

Hasta la fecha, el peor resultado para la popularidad de Duterte fue en el tercer trimestre de 2018, con un 65 %, cuando la inflación se disparó hasta el 7%, récord de una década.

Solo el primer mes de cuarentena dejó en Filipinas más de cinco millones de nuevos desempleados, cifra que se puede duplicar para finales de año a medida que avanza el descontento popular entre las clases medias-bajas, el principal caladero de apoyos del presidente.

«¿Caerá estrepitosamente la popularidad de Duterte? No lo creo. Aunque ninguna encuesta creíble mostrará que su fuerte respaldo se mantenga intacto tras la pandemia», indicó Heydarian.

A la espera de sondeos específicos que puntúen la gestión de Duterte, no parece que la pandemia vaya a tener un alto coste político para él, como ha sucedido con otros líderes populistas como Donald Trump en EE.UU. -que se juega la reelección-, Jair Bolsonaro en Brasil, o Boris Johnson en el Reino Unido.

LA PARADOJA DUTERTIANA

Una de las paradojas que envuelven la figura de Duterte es que el elevado índice de apoyo a su gestión en general no va acompañado de un fuerte respaldo a sus políticas estrella, como la guerra contra las drogas o el acercamiento diplomático a China.

Un 93 % de los filipinos repudia la postura pasiva de Duterte en su disputa territorial con el «gigante asiático» en el Mar de China Meridional; mientras que un 76 % rechaza las violaciones de los derechos humanos y el baño de sangre de su campaña antidrogas, que ha matado a unas 30.000 personas según organizaciones humanitarias.

Sus comentarios sexistas en uno de los países más igualitarios del mundo, sus insultos a la Iglesia en la nación con más católicos de Asia, así como sus ataques la libertad de prensa y la persecución judicial de sus críticos en la democracia más antigua de la región, tampoco han agrietado su reputación interna.

El letargo social ante sus ademanes autoritarios, que cada vez recuerdan más al dictador Ferdinad Marcos, expulsado del país en 1986 por un revuelta popular pacífica, se explica con lo que algunos analistas han acuñado como «la desilusión de la democracia», donde el poder todavía se hereda entre la oligarquía filipina.

¿DEMOCRACIA EN DECLIVE?

Con las esperanzas de justicia social y reparto de la riqueza que trajo la democracia frustradas, las clases populares filipinas prefieren al «hombre fuerte» que encarna Duterte, con una retórica populista y en contra de la elite -aunque él proceda de ella-, a pesar de que eso implique sacrificar libertades democráticas.

«La democracia se ha debilitado bajo la presidencia de Duterte, sus frágiles instituciones y el estado de derecho. La política filipina se guía en gran medida por personalidades particulares, algo que Duterte ha explotado muy bien», subrayó Atienza.

Una mermada oposición parece haberse rendido al poder arrollador del presidente y espera a las elecciones en 2022 para impulsar un giro en el país; aunque quizá sea demasiado tarde porque las especulaciones sobre la continuidad del «dutertismo» suenan fuerte.

Duterte avalaría la candidatura presidencial de alguien de su entorno -su hija Sara Duterte, actual alcaldesa de Davao; o su mejor amigo, el senador Bong Go- y él se postularía como vicepresidente para consolidar su poder y blindarse ante una posible investigación internacional sobre los abusos de derechos en su mandato.

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