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¿Autoridad o autoritario?

Por: Armando Euceda

En 1996 la Unesco publicó “La Educación encierra un Tesoro”, el informe Delors, en el que se planteó que los cuatro propósitos principales del aprendizaje son aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser.

Desde que mi generación fue a la escuela primaria, al colegio y a la universidad, el sistema educativo hondureño ha privilegiado el “aprender a conocer” y en segundo lugar “aprender a hacer”, quedando como deuda pendiente profundizar el “aprender a vivir juntos” y el “aprender a ser”. La receta parece ser que, en ese tipo de formación, cada quien se salve como pueda.

A pesar de que en la teoría la mayoría de los docentes nos identificamos como “constructivistas”, “creativos” e “innovadores”, admiradores y lectores de Vygotsky, Piaget, Dewey y Freire, en la práctica, dos cosas se enfatizan a nuestros estudiantes: cultivar una buena memoria (en sentido coloquial ¡garrotear para temporalmente retener información! y así poder obtener buenos resultados en los exámenes) y aprender a saber algo que le de algún tipo de competencias para el trabajo (la moda actual del currículo por “competencias” que vincula la educación con el trabajo productivo).

Mucho de este accionar lo resumió magistralmente el educador brasileño Paulo Freire en dos palabras: Educación bancaria.

Es bueno cultivar la memoria, pero no es suficiente. Es útil educar para la vida del trabajo, pero es una educación incompleta. También hay que aprender de manera significativa y eso solo se logra si la persona gana experiencia construyendo un significado a su propia existencia, a su propio ser. Solo así podrá ayudar a cambiar su país.

Ahora, el problema de la delincuencia, las pandillas, la corrupción en el escenario político y el comportamiento impúdico de pública violación a la ley, no se corrige con el tipo de educación que se enfatiza en el sistema.

Porque para “aprender a convivir” los niños y los jóvenes deben ver en el líder político -alcalde, diputado, ministro o presidente-, en el profesional de la ley -jueces, magistrados, fiscales-, en el comunicador de ideas -periodistas, publicistas, caricaturistas-, en el líder de la comunidad -profesores, pastores, sacerdotes, líderes de la comuna o gestores de una ONG-, en el garante de la seguridad de las personas, sus bienes y su país -militares, policías- a una persona que  muestra una conducta distinguida, digna de imitar, que les invite a aprender a convivir con ellos, a hablar con ellos, a actuar siguiendo el comportamiento que ellos transpiran en cada paso de su accionar ciudadano. Conservando, desde luego, el respeto a su vida privada.

El problema es que en la dinámica actual de nuestra sociedad, los niños y los jóvenes ven en muchos de nuestros dirigentes, personas que disfrutan ser autoritarios, que se les tenga miedo porque saben mandar y saben para que sirve el poder. Doctos de la ley que vuelven aleatorias las reglas del juego al hacer que su olfato y su verbo saturen las catedrales del conocimiento jurídico con el exquisito aroma del poder del momento.

Lamentablemente a lo que el Informe Delors se refiere es a otra cosa. Para “aprender a convivir” y “aprender a ser” necesitamos líderes con autoridad a la cual hay que respetar y admirar por su dominio del conocimiento y por su conducta de ciudadano ejemplar. Que pena, no es autoritarismo el que necesitamos, es genuina y legítima autoridad. En eso es que hay que educarnos. Más de Armando Euceda. Aquí…

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