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Antimonumentos cambian rostro de capital mexicana en un llamado a no olvidar

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México – Los llamados «antimonumentos», memoriales levantados por los propios ciudadanos, está cambiando la cara de la Ciudad de México, en un llamado a no olvidar casos emblemáticos que aún siguen sin obtener justicia, como el de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa.

El que hace referencia al caso de los jóvenes, de los que se desconoce su paradero desde la noche del 26 de septiembre de 2014, comenzó todo: los familiares encabezaron, siete meses después de la desaparición, la instalación de un gran «+ 43» en la avenida más emblemática de la capital, el Paseo de la Reforma.

Las autoridades no retiraron el símbolo, bajo el cual se lee el texto «Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos», y desde entonces, a lo largo del centro han aflorado más «antimonumentos».

El último ha sido uno dedicado a la masacre estudiantil de 1968, colocado en el corazón de la capital, el Zócalo, porque este año se cumple medio siglo de la tragedia.

Osvaldo Oliva pasa por delante de un gran «+ 65» que ha sido ubicado frente al edificio de la Bolsa mexicana y hace referencia a la tragedia sucedida en 2006 en Pasta de Conchos (Coahuila), donde 65 trabajadores fallecieron por la explosión en una mina; de estas personas, 63 permanecen sepultadas.

Como ciudadano, Osvaldo considera que el impacto que tienen estos artefactos se traduce en que los viandantes, al verlos, obtienen «un bit (una pizca) de información».

«Hay mucha gente que visita estos puntos, turistas nacionales y extranjeros, y se preguntan qué significa; dan visibilidad a los problemas», asegura a Efe.

Aproximadamente a un kilómetro de allí, frente a las oficinas centrales del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), otro «antimonumento» recuerda el incendio de la Guardería ABC que acabó con la vida de 49 niños y niñas, en Sonora.

Mientras que en la esquina de Reforma con la avenida Juárez se alza otro memorial que exige justicia para David y Miguel, jóvenes que fueron secuestrados en el estado de Guerrero, uno de los más violentos del país, hace seis años.

Al lado de este «antimonumento», el fotógrafo Héctor Crispín González opina que «se están buscando nuevos medios y nuevas formas de expresión para que los eventos no se olviden y permanezcan en la memoria de la ciudad».

A su entender, la sociedad «está haciendo oír su voz». «Antes las cosas pasaban, se comentaban en casa y no trascendían, actualmente (la sociedad) se está organizando», resalta.

Estos memoriales, además de estar de forma perpetua en las calles, se han convertido en lugares clave para los familiares de las víctimas de estos casos, quienes aprovechan estas localizaciones como puntos de partida para sus marchas y protestas.

El pasado año cerró con 25.339 homicidios dolosos en México, la cifra más alta en dos décadas, y se prevé que 2018 acabe con un número mayor, dado que solo en los primeros nueve meses del año ya ha habido 21.283 asesinatos.

Además, en el país hay cerca de 40.000 desaparecidos, de acuerdo con datos oficiales.

Ante estas cifras, está el riesgo de que los ciudadanos vayan «perdiendo la sensibilidad y la empatía hacia el otro», apunta a Efe Roberto Jiménez, historiador especialista en el tema de memoria.

De ahí, continúa Jiménez, quien ejerce como guía en el Museo Memoria y Tolerancia de la capital, «la importancia de que la sociedad misma sea la que participe de la exigencia de justicia».

Los «antimonumentos», al pedir que «no queden impunes» estos casos, tienen esa implicación, remarca el historiador, quien asegura que «cuando un crimen queda sin ser castigado, el riesgo es de que se repita».

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