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Alianzas políticas

Víctor Meza

Tegucigalpa.- Las hay de diverso tipo y casi para todos los gustos, desde las de carácter táctico hasta las de factura estratégica, desde las de corto plazo hasta las de largo alcance…en fin,  suficientes variantes para las preferencias múltiples de los dirigentes políticos que las promueven y diseñan.

A medida que se acercan los momentos cumbre del proceso electoral, concentrados en los meses de marzo y noviembre del presente año, se intensifica también el debate sobre la necesidad o posibilidad de formar alianzas partidarias, especialmente en las filas de la llamada oposición política, para, de una vez por todas, sacar de Casa Presidencial a las personas que, sin base legal ni respaldo ciudadano, se han instalado en ella y, desde sus alturas, desgobiernan al país entero.

Creo que la mayoría de los opositores, con o sin filiación política definida, son partidarios de formar alianzas para derrotar al partido oficialista. El problema, entonces, no consiste en decidir si las alianzas son necesarias o no, se trata, más bien, de discutir sobre el tipo de alianzas, los actores clave que deberían integrarlas y los objetivos específicos de los participantes. El asunto es de forma, pero esencialmente es de contenido.

Una alianza puede ser de carácter táctico, conformada para lograr uno o más objetivos específicos, sin apelar forzosamente a la coincidencia en cuanto a principios ideológicos o plataformas doctrinarias. Tal tipo de alianza es generalmente de corto o mediano plazo, diseñada para ganar una elección y repartir cuotas proporcionales de poder. Los temas conceptuales no se ponen a discusión y el punto de coincidencia gira en torno a la oposición al régimen gobernante. Los actores políticos se unen para cambiar un gobierno, más que para gobernar un país. Se trata de alianzas de corto alcance; duran muy poco y suelen ser frágiles.

Pero también hay lo que denominan alianzas estratégicas, de mayor duración, más fuertes y sostenibles durante y después de los procesos electorales. Generalmente se construyen en base a coincidencias evidentes en materia de doctrina política, con similitudes ideológicas suficientes, con raíces y planteamientos similares en la historia política del país. Son alianzas que revelan coincidencias en la identificación de los problemas clave de la agenda nacional y, por supuesto, en la propuesta de soluciones parecidas. No buscan solamente la derrota del gobernante sino también la transformación del régimen que le dio vida y sustento.

Mientras las alianzas tácticas giran en torno a los intereses comunes que nacen de las coyunturas políticas, las de carácter estratégico se construyen sobre la similitud de los llamados “principios doctrinarios”. Las primeras suelen tener más flexibilidad y soltura, aunque no por eso sean fáciles de diseñar y construir. Las segundas son con frecuencia más rígidas, tanto así como duros e inflexibles sean los “principios” que las animan. A mayor rigidez ideológica, expresada en dogmas y consignas, menor flexibilidad política para negociar acercamientos y coincidencias.

En el caso de nuestro país, la posibilidad de formar alianzas tácticas es más real y posible que la de construir alianzas estratégicas. Y esto es así porque las ideologías y las doctrinas filosóficas, fuente y sustento de los “principios”, no son el lado más fuerte de las agrupaciones políticas que se disputarán el control del gobierno en las próximas elecciones. Nuestros partidos desprecian, unos, o veneran, otros, las ideologías, conformando un escenario en donde prevalecen más los insultos y las descalificaciones, dejando poco espacio para las propuestas y los enunciados teóricos. Son partidos que rinden servidumbre a la consigna y al lema, a la figura del líder, despreciando, a veces, las ideas y los conceptos. Son los hijos directos de la subcultura política que prevalece en el país.

Seguramente habrá alianzas políticas en este proceso electoral. Ojalá que así sea, para bien de la oposición y el carácter democrático de los comicios. Y ojalá que esas alianzas sirvan para sumar votos y no para alejar partidarios.

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