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¡Al diablo con las instituciones!

Por Julio Raudales

Cada vez que veo al presidente López Obrador en las noticias, recuerdo su imagen díscola y la actitud desafiante con la que allá por el 2006, pronunció la frase que da título a esta columna. Su partido de entonces, el PRD, había perdido las elecciones frente al PAN por escaso margen y, en el fragor del pleito postelectoral, acusando al oficialismo de haber fraguado un fraude, ante la pregunta de un periodista sobre el carácter de las instituciones de México, pronunció la famosa sentencia.

Me parece que el singular presidente ha definido, como ninguno de los políticos latinos, el comportamiento de nuestras sociedades. No lo hizo solo con esa frase; también lo demuestra día a día con sus acciones ahora que está en el poder. Basta ver la forma en que ha manejado desde sus inicios los problemas económicos y de salud que enfrenta su país debido a la COVID.

Pero no está solo. Lo mismo hacen de forma sistemática la gran mayoría de funcionarios públicos iberoamericanos y, ahora también, el más latino de todos los presidentes que han tenido los Estados Unidos. Pareciera que el objetivo de todos ellos al llegar a la administración pública, fuera torcer los acuerdos, violar las leyes y usar los recursos financieros y logísticos del erario para favorecer a sus intereses y los de sus allegados. Esta y no otra, es la explicación fundamental del atraso ancestral en que vivimos.

Digo todo esto a propósito de la noticia de las últimas horas: La enésima caravana de migrantes hondureños que se apresta a salir del país, en busca de una vida que la tierra donde nacieron no les da. ¿Por qué son tan porfiados estos hondureños que día a día salen del país, ya sea en caravana o de forma individual, en busca de un mejor futuro? ¿Qué es lo que los obliga a desarraigarse tanto de la tierra que los vio nacer? La respuesta a estas interrogantes está justamente en las instituciones que AMLO y sus colegas maldicen. 

Pero hay que diferenciar: Instituciones no es lo mismo que organizaciones. El matrimonio es una institución, la familia, los contratos, la cultura, las convenciones sociales, los acuerdos, ¡En fin! Todas aquellas normas, sean leyes o no, que guían la conducta de los individuos en sociedad. La Iglesia, el ejército, las universidades, el gobierno, etc. son organizaciones y coadyuvan al desarrollo social, mas no son instituciones.

Lo que expertos de la talla de Douglas North, premio Nobel de economía, Acemoglu y Robinson han demostrado, es que existe una correlación positiva entre el respeto a las instituciones que tiene una sociedad y el bienestar económico y social de su gente. Es decir, en la medida en que los acuerdos sociales se respeten, mayor confianza hay para la inversión, mas seguridad muestran los habitantes de un país y, por ende, mas empleo, mas riqueza y mejor desarrollo existe.

A contrario sensu, en la medida en que en las sociedades rige la ley de la selva, las posibilidades de bienestar menguan, la gente se llena de miedo e incertidumbre y prefiere buscar un lugar en donde puedan realizarse sus aspiraciones; un lugar donde haya instituciones fuertes.

Es necesario insistir. No se trata de gastarse la plata del presupuesto público en programas de bonos o de regalarle fogones o comida a la gente, ni siquiera de hacer proyectitos para conseguirle una “chambita” a los jóvenes. La gente es inteligente y se siente menospreciada con estas “dádivas”. Ellos ven cómo la vecina que se fue a Estados Unidos pasó de ganar 4 mil lempiras como empleada doméstica, a tener un salario de hasta 5 mil dólares, trabajando allá; que ya envió dinero a sus hijos para que estudien en escuela privada, que mejoraron la casita, compraron televisor y carro nuevo. ¡Por eso quieren irse!

La gente se va de Honduras todos los días en busca de instituciones fuertes. Saben que allá no pueden cruzarse un semáforo en rojo, que no pueden tirar basura en las calles, que si golpean a su cónyuge irán a la cárcel, pero aun así quieren irse. También saben de forma intuitiva, que los políticos deben obedecer la ley; que deben dejar el poder cuando corresponde y que, si pretenden hacer lo contrario, pagarán las consecuencias, como sucede ahora con Trump. En el fondo, ellos saben que el respeto a las instituciones trae bienestar.

Solo falta que nuestros políticos lo entiendan. De ello depende que el país pueda cambiar genuinamente.

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