Tegucigalpa.- Brunéi es un Estado del sudeste asiático en donde la forma de gobierno es el sultanato autoritario. Es un país rico en recursos mineros, yacimientos de petróleo y gas natural. Se le considera como la primera nación en explotación de gas licuado.
Su economía también produce carbón, se dedica a la explotación forestal y la pesca, entre otros rubros. Tiene una población de un poco más de 400 mil habitantes. Es un país multiétnico con población malaya, china, nativos y otras razas.
Sus orígenes se remontan, según la historia, a los siglos XIV y XVI. El significado de su nombre tiene una traducción así como “Casa de Paz”. Su religión es el Islam y el sultán es el jefe de la religión en el país.
El sultán de Brunéi es uno de los hombres más ricos del mundo. Tiene una fortuna personal que se estima en 20 mil millones de dólares en efectivo. Su palacio consta de 1.500 habitaciones y posee una colección de más de cinco mil vehículos de lujo, entre ellos 165 Rolls-Royce, registran quienes escriben sobre el sultanato de este país asiático.
Hace unas semanas, Brunéi copó las planas noticiosas del mundo por la excéntrica boda del hijo del sultán y su prometida. Fue una boda de ensueño, de cuentos de hadas y considerada la más suntuosa hasta ahora en el mundo. Se estima que la boda costó 40 millones de dólares.
De los relatos rescato el traje de la novia de Brunéi, la esposa de quien será el segundo en la línea de sucesión del sultanato. El traje de la novia parecía sacado de un cuento de hadas que ni Cenicienta en su última temporada cinematográfica la pudo superar.
Los novios vistieron trajes de oro adornados con diamantes y piedras preciosas. En ese palacio todo lo que allí brillaba era puro oro. En el caso de la novia, el ramo de flores no fue de rosas naturales. Fue un ramo de gemas con rubíes y sus zapatillas eran de cristales incrustados con una tobillera en oro macizo, elaborada por un diseñador francés. Era el traje de Brunéi.
No sé porque este traje me recordó las relaciones entre la prensa y el poder, cuando quienes revestidos de autoridad y autoritarismo buscan ahogar al mensajero para no ser el heraldo de “incómodos” mensajes.
La perfección con que se elaboró el traje de Brunéi calzaría para aquellos funcionarios públicos que no toleran la crítica y se molestan cuando el periodismo aborda sus incomodidades.
Algunos de esos funcionarios se hacen llamar interventores, otros secretarios de Estado, parlamentarios, asesores, operadores de justicia y los más, burócratas a quienes el poder truena los dedos para que digan que lo negro es rojo y que lo blanco es azul.
Si un periodista se sale de las recreaciones mediáticas ficticias a que están acostumbrados, ya no es buen periodista, no es objetivo y actúa con “sesgo”. Es decir, no calza dentro de los parámetros que rigen el traje de Brunéi.
En el sultanato de Brunéi, una de las naciones con menos miseria en el mundo, no todo es perfección. El pueblo recientemente protestó por la decisión del sultán en introducir en su país una legislación que aprueba la lapidación por adulterio y la homosexualidad, así como la amputación de los miembros, contemplados por la ley islámica. La felicidad no es total en la “Ciudad de la Paz”.
Aquí donde las noticias fluyen con regularidad y son tantas que uno no sabe priorizar qué es más importante, qué es trascendente y cuál de todas puede gustar, la historia de Brunéi es alucinante, como alucinante parece ser lo que se viene para este país.
Aunque no existe una clara definición de lo que es un Sultán, se dice que es una especie de emperador, de príncipe, de gobernador o de monarca, una denominación propia de las naciones árabes. Sin duda estoy obligada a releer el cuento de las Mil y una noches para entender la lógica del Monarca (no del Movimiento Nacionalista Rafael Leonardo Callejas). Jejeje.
Pero cuando pienso en los famosos memes de la rana René, me acuerdo que nosotros no tenemos un sultanato, sino una democracia…y entonces…se me pasa.
